Considerar solo la satisfacción de nuestras
necesidades es la mayor demostración de egoísmo.
Miguel A. Terán
Desde los tonos y estrategias más fuertes y
grotescos hasta los más suaves y delicados, muchos individuos –continuamente-
afirman y ratifican su interés en hacer y que otros hagan –para ellos- solo lo
que a ellos le conviene, desechando todo lo demás. Son muchos quienes se
consideran a sí mismos como el “Centro del Universo”, discrepando de los
descubrimientos del propio Galileo.
El diccionario describe el egoísmo como ese
ilimitado y excesivo amor a sí mismo, que nos lleva a brindar atención solo a
lo que representa nuestro interés, sin la más mínima atención e interés por la
necesidades de los demás. El escritor, filósofo, orador y político romano Marco Tulio Cicerón expresaba que “El egoísta se ama a sí mismo sin rivales”.
Esa actitud del egoísta le hace considerar y
convencerse que los sueños, necesidades, intereses y deseos de los demás no son
tan importantes los suyos.
La realidad parece dar crédito a las palabras del
humanista, escritor y filósofo francés Michel de Montaigne, quien afirmó que
“El provecho de uno es el perjuicio de algún otro”, porque una perspectiva
individualista siempre excluye a la otra. El pensador hindú Mahatma Gandhi,
complementaba las palabras de Montaigne, diciendo “La tierra proporciona lo
suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no la codicia de
todos”.
El Barón de Montesquieu, escritor y pensador
político francés, reconocía que “Los intereses particulares hacen olvidar
fácilmente los intereses públicos”. En la corrupción, a todos los niveles,
puede observarse claramente cómo los intereses personales o grupales prevalecen
sobre los intereses generales o colectivos.
El presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt
manifestaba su creencia en el individualismo, pero aclaraba que solo
creía en éste, hasta ese punto en el cual el individualista empieza a medrar a
expensas de la sociedad. En su frase Roosevelt, utilizó la palabra “medrar”,
cuya definición hace referencia al crecimiento en fortuna, reputación,
etcétera, mediante trampas o provecho de las circunstancias.
Dos milenios atrás el historiador romano Tito
Livio afirmaba que “Solo sentimos los males públicos cuando afectan a
nuestros intereses particulares”. Los malos gobiernos crecen y se desarrollan,
mientras muchos de sus ciudadanos no se sienten directamente afectados, algunas
veces –inclusive- hasta inicialmente beneficiados, aunque el encanto desaparece
–más temprano que tarde- cuando las decisiones y cambios comienzan a
afectarles, pero generalmente es tarde y las consecuencias son una realidad.
Parecen aún vigentes las palabras del poeta griego
Sófocles, quien dijo “Siempre se repite la misma historia: cada individuo no
piensa más que en sí mismo”. En realidad, sería injusto no reconocer que
existen personas desprendidas, capaces de pensar en otros, en la necesidad de
otros, y hacer sacrificio por apoyarles, pero cada vez son más escasos estos
especímenes en la raza humana.
03 de Febrero de 2016.
Miguel A. Terán
Psicología, filosofía y coaching.
Blog: www. miguelterancoach.blogspot.com
Twitter: @MiguelATeranO
Nota: imagen extraída de la web
Referencias: Tomadas de Wikipedia + RAE
(Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
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