Somos eternas víctimas de los rencores que aún
conservamos.
Miguel A. Terán
El rencor es ese resentimiento de pesar o enojo
hacia una cosa, persona o momento, que una vez nos atrapa y se arraiga en
nuestra mente y corazón, nos quema por dentro, destruyendo nuestra
armonía interna y ahuyentando nuestra paz.
Muchos rencores nos hunden en el sufrimiento, nos
castigan día a día porque siguen vivos, aunque no seamos capaces de
reconocerlos. Lo triste y paradójico es que buena parte de ellos, ni
siquiera nos pertenecen, los hemos asumido de otras personas o hasta heredado de
nuestras propias historias familiares, son parte de nuestras creencias,
paradigmas y cultura.
Muchas frustraciones de nuestros padres o de otros
antepasados, se convirtieron en rencores heredados de generación en generación.
El racismo y discriminaciones similares tiene raíces y orígenes culturales, la
mayor parte de la veces sin experiencia propia de quien lo sufre.
El escritor peruano Miguel Gutiérrez afirma
“Memoria que no olvida, rencor que no se aplaca”. Años atrás el político y
pensador hindú Mahatma Gandhi recomendó “No dejes que se muera el sol sin que hayan muerto tus rencores”. Por su parte, un
autor anónimo expresó “Guardar
rencor es como agarrar un carbón en brasa, el que se quema eres tú”.
Debemos sacar al rencor de nuestra vida porque con
el tiempo puede convertirse en odio, emoción aún más fuerte, dañina y
destructiva. Algunas veces llegamos a referirnos a algo o alguien con tal
rencor y dolor que cualquiera aseguraría que estamos viviendo la experiencia en
ese momento, y la realidad es que pudo haber sido mucho tiempo atrás e incluso,
como referimos anteriormente, fueron nuestros antepasados quienes la vivieron e
interpretaron a su propia manera.
Es importante cerrar capítulos e historias. No se
trata de olvidar el pasado, sino recordarlo sin dolor, extrayendo de éste el
mensaje, reflexión y aprendizaje que nos dejó. Es vital reconocer que
transitar por la vida se hace difícil cargando con el peso de un pasado que
consideramos doloroso. Es necesario
evaluar ese pasado desde la perspectiva de hoy, basado en todas las
experiencias, conocimientos y aprendizajes adquiridos, para poder mirarlo desde
otra óptica, identificándolo y comprendiéndolo de manera diferente.
Una historia de autor anónimo recuerda a «Dos monjes que iban caminando juntos y llegaron a
un río que debían cruzar, en la orilla del rio estaba una hermosa mujer que les
pidió le ayudaran a cruzarlo, pues ella no podía hacerlo por sí sola.
Uno de los monjes, obedeciendo la regla que les
prohibía hablar o tocar a cualquier mujer, la ignoró y atravesó solo el río.
Por lo contrario, el otro monje se compadeció de
la mujer, la cargó en brazos y la llevó al otro lado del río, donde se despidió
de ella, para continuar su camino.
El resto del trayecto, el monje que cumplió las
reglas iba enfadado, recordando lo que había hecho su compañero. Tras muchas
horas de viaje y muchos kilómetros recorridos el ofendido monje seguía pensando
en lo ocurrido y cuando no aguantó más su enojo, le reclamó a su compañero por
haber desobedecido las reglas y haber deshonrado a su congregación.
El Otro monje le respondió: “Yo cargué y dejé a
esa mujer a la orilla del río”, “¿Por qué tú sigues cargando con ella?”».
Cerremos mencionando la genial frase del escritor
argentino Jorge Luis Borges, quien dijo “Yo no hablo de venganzas ni perdones,
el olvido es la única venganza y el único perdón”.
13 de Enero de 2016.
Miguel A. Terán
Psicología, filosofía y coaching.
Twitter: @MiguelATeranO
Nota: imagen extraída de la web
Referencias: Tomadas de Wikipedia + RAE
(Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
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