En un mundo en constante cambio ¿Qué actitud
deberíamos tomar para vivir?
Miguel A. Terán
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Lo que sí parece vital, es precisar y reafirmar
que todo cambio comienza por nosotros mismos, cuando nosotros no cambiamos,
nada parece cambiar. El poeta, dramaturgo y escritor francés Víctor Hugo
reconocía que podemos cambiar nuestras opiniones, pero que era necesario
mantener siempre nuestros principios; y que también podemos cambiar nuestras
vivencias, pero conservar intactas nuestras raíces.
Escoger la actitud adecuada para vivir es uno de
los grandes retos que tenemos como seres humanos. El escritor, poeta y
dramaturgo irlandés Oscar Wilde, en su particular y sarcástico estilo,
planteaba: “Vivir es lo más raro de este mundo, pues la mayor parte de las
personas no hacemos otra cosa que existir”. Por su parte, el escritor argentino
Ernesto Sábato, consciente de la fugacidad de la vida, afirmaba “Lástima
que cuando uno empieza a aprender el oficio de vivir ya hay que morir”.
Uno de los aspectos más críticos del cambio es la
velocidad que éste trata de imponernos, quizá porque la velocidad es parte de
su estrategia, impidiendo que razonemos la propia justificación de muchas
presiones de cambio que nos llegan del entorno. Algunas veces es difícil
llevarle el ritmo, aunque sea solo para adaptarnos, ni se diga la dificultad para
evolucionar y transformarnos a esa velocidad.
El reconocido autor Carl Honoré uno de los líderes
del movimiento mundial a la lentitud, que desafía el culto a la velocidad,
reconoce que esa carrera, urgencia y estrés de nuestros días, nos ha llevado a
perder espacios y tiempos de descanso, juego, familia, pareja, de crecimiento,
de soñar despiertos y mucho más. Nuestros hijos –desde muy jóvenes- llevan
complicadas vidas de adultos, perdiendo etapas y vivencias de infancia y
juventud. Nos hemos vuelto multi-tareas o multi-actividades, disminuyendo la
calidad, enfoque y el placer que deberían proporcionarnos algunas de ellas. Es
usual estar más pendientes y preocupados por lo que viene o lo que nos falta,
que por disfrutar lo que tenemos. Corremos para resolver lo urgente,
mientras se nos olvida lo importante.
En muchas oportunidades el cambio se acompaña con
la oferta de satisfacer nuevos deseos, que se nos venden como necesidades. La
tecnología envejece muy rápido y la “obsolescencia” –muchas veces social- de
ésta nos vuelve adictos a lo próximo, a lo que viene. Esos deseos son
resultado del aprendizaje social o cultural, que nos invita a ir un paso más
adelante, pero al no ser necesidades reales, éstas no tienen límites, no
se sacian, siempre se desea más. Llegar a ser atrapado en ese círculo
es una especie de condena y esclavitud permanente, tal vez una auténtica
trampa.
Tratar de seguir al cambio llevándole el paso,
puede convertirnos en participantes de una carrera sin fin, como la carrera del
hámster o el ratoncito en la rueda de la jaula, quien nunca llegará a ningún
lugar por más rápido que corra. Entrar en una carrera similar es garantizar que
siempre nos falte algo para sentirnos satisfechos, mientras perdemos la
necesaria armonía, balance y equilibrio que requiere una vida sana y feliz.
El cambio no es bueno ni malo per se o por sí
mismo, simplemente es relativo, nunca absoluto. Los cambios que aceptamos nos
afectan y afectan a nuestro entorno, para bien o para mal, nunca son independientes
porque conllevan múltiples relaciones. Cada persona debe tener su propia
velocidad y ritmo de cambio, así como cada quien debe determinar en qué momento
detenerse y en cuál continuar.
Agosto 21, 2015.
Miguel A. Terán
Psicología, filosofía y coaching.
Twitter: @MiguelATeranO
Nota: imagen extraída de la web
Referencias: Tomadas de Wikipedia + RAE
(Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
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