Que nuestra palabra construya.
Miguel A. Terán

El lenguaje no es neutro, tiene polaridad, no es
inocente. Hasta permanecer callado, en un momento determinado, representa
nuestra posición o por lo menos nuestra firmeza o compromiso con respecto a un
tema. El clérigo y pacifista sudafricano Desmond Tutu, Premio Nobel de la Paz
(1984) afirma "Si eres neutral en situaciones de injusticia, has
elegido el lado del opresor".
La palabra es activa, por lo cual genera
resultados y consecuencias. Años atrás decía el empresario y escritor
venezolano Dr. Ivan Lansberg que los malos llevan ventaja a los buenos, porque
los malos tienen como parte de sus principios filosóficos de vida “Habla mal
que algo queda”, mientras los buenos preferimos callar, y sin proponérnoslo
otorgar la razón al otro.
Nuestro mundo es interpretativo, por tanto es
osado hacer juicios y la lucha por la búsqueda de la verdad nunca termina.
Podemos ser responsables o irresponsables con nuestras palabras. El lenguaje
siempre ha sido una herramienta valiosa para quien lo sabe utilizar, pero
en muchos casos, podríamos calificarlo como una perversa herramienta de
manipulación. Esa mezcla de escasa ética, lenguaje manipulador e ignorancia de
la otra parte, ha sido, es y sigue siendo la causa de muchas de las tragedias y
problemas por los cuales atraviesa la humanidad.
La profesora e investigadora estadounidense,
Barbara Fredrickson, una de los expertos mundiales en positivismo, ratifica que
“aunque parezca fácil expresar positividad con palabras y sonrisas, sino la
sentimos realmente, puede hacernos daño”, porque el cuerpo reconoce cuándo
intentamos hacerle trampa. Entonces, palabras que parecen buenas podría no
serlo cuando no son sinceras.
Una verdadera palabra de estímulo debe acompañarse
de una toma de conciencia con respecto al tema, la situación o la circunstancia
vivida y los recursos de que disponemos, para que realmente comprendamos
las causas y podamos de manera efectiva hacer algo al respecto, y no solo
pretender colocar “pañitos calientes” a las consecuencias o síntomas, sin
reconocer ni atacar las causas.
Tristemente, muchas palabras quedan solo en
palabras, sin hechos, perdiendo todo valor. Aunque, en innumerables
oportunidades, el uso está en manos de quien las escucha, reflexiona sobre
ellas y actúa en consecuencia. “La palabra es mitad de quien la pronuncia,
mitad de quien la escucha”, refería el escritor y filósofo francés Michel de
Montaigne. Mientras, el sabio fundador del Budismo, Buda, decía “Como flores
hermosas, con color, pero sin aroma, son las dulces palabras para el que no
obra de acuerdo con ellas”.
Una sana y productiva conversación requiere de un
adecuado contexto o entorno, que incluye el mejor momento y lugar para que sea
fructífera y de beneficio mutuo. En el plano personal, las conversaciones
funcionan mejor cuando estamos de buen ánimo y sin carga de emociones, evitando
confundir éstas con opiniones y juicios. El resultado de esa conversación debe
ser lograr el objetivo propuesto, brindándonos la posibilidad de aprender algo
nuevo o corregir y reparar algo que se había deteriorado, si este último fuera
el caso.
Es necesario utilizar las palabras con sabiduría,
humildad y conciencia del poder que tienen para construir personas y sociedades
en paz y felices, comenzando por nosotros mismos. Llenemos, entonces, nuestra
mente, corazón y espíritu de cosas buenas, porque nuestra palabra será un
reflejo de lo que tenemos por dentro.
Julio 08, 2015.
Miguel A. Terán
Psicología, filosofía y coaching.
Blog: www. miguelterancoach.blogspot.com
Twitter: @MiguelATeranO
Nota: imagen extraída de la web
Referencias: Tomadas de Wikipedia + RAE
(Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española).
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