Al considerar la crianza de nuestros hijos como un
proyecto, debemos imaginarnos sus vidas llena de fines, objetivos, metas,
estrategias, tácticas, planificación, presupuestos, evaluación y
mediciones, y por supuesto resultados. No hacerlo así, significaría
dejar el proyecto al azar, de hecho las empresas y organizaciones funcionan de
manera planificada.
Pero sin duda, que la vida no es ni debe ser un objetivo,
ni mucho menos considerada o tratada como una empresa; y si bien es cierto, que
no debemos llevarla sin rumbo ni sentido, porque parece razonable que tengamos
algún horizonte, tampoco es válido que el objetivo sea convertirla en un
proyecto.
Una infancia insípida, sin sabor, color ni olor y quizá
sin más contenido que los objetivos de ese proyecto familiar, que debe –a toda
costa- fabricar un niño, construido de tal manera que encaje y sea parte en una
sociedad, que le exige pautas de conducta acordes a un establecido estilo,
nivel y ritmo de vida.
Esa vida transcurre con niños dentro de la casa haciendo
tareas, frente a una pantalla de algo, inactivos físicamente, poca aventura,
adoctrinados y de escasa interacción en temas familiares y humanos. Para otros
este transcurrir se complementa entre las infinitas clases de cualquier cosa -
deportes, bailes, música, artes marciales, etcétera - existentes en
un mercado donde hay de todo para escoger, pero que debe ser entendido como un
complemento de la crianza familiar.
Hasta el acto de comer, que en algún momento del pasado
fue punto de encuentro, unión familiar y ratificación de valores familiares e
inclusive de transmisión de recetas, se ha convertido en una actividad puramente
fisiológica y allí surge el rentable mercado de la comida rápida “fast food”,
dispuesto a satisfacer esa “necesidad”, no de alimentarse, sino de comer sin
perder tiempo comiendo.
La escuela siempre será un complemento, el lugar donde se
forman nuestros hijos, nunca el lugar donde los educamos, porque educar es una
tarea del hogar.
Todo lo anterior unido a unos padres ausentes, sin tiempo
para la familia, convencidos que su principal y más importante rol es de
proveedores, seguido de otros roles como el de taxista, ya que pasamos parte importante
del tiempo transportando a nuestros hijos a sus actividades, pero haciendo de
ese tiempo de transporte algo vacío y sin contenido, cada quien en lo suyo.
Estos modernos roles, limitados o carentes de
comunicación y afecto, sin capacidad para transmitir principios ni valores,
serán parte de una mezcla –quizá explosiva - de la cual ya recogemos resultados
amargos y el paso de los años no parece alentador.
El mismo Carl Honoré, afirma que cuando los adultos
“secuestran la infancia”, los niños ya no tienen tiempo para atender
actividades básicas y vitales para su desarrollo como seres humanos y seres
sociales.
Una característica de esta época es la escasa capacidad
de frustración, tanto de padres como de hijos, en una sociedad donde la
definición que se ha otorgado al éxito, a pesar de todas las “referencias
filosóficas” y consideraciones sobre el aprendizaje, no acepta ni reconoce el
fracaso como una opción de vida.
No necesariamente seremos más felices llevando nuestra
vida por una autopista, versus quien la lleva por un camino de tierra. Las
elevadas y crecientes estadísticas de suicidios, consumo de droga, licor,
accidentes, rebeldías y otras, en adolescentes y jóvenes adultos, parecen ser parte
de la cosecha y son alarmas para reflexión.
Al considerar a los hijos como un proyecto, una vez
definido el proyecto por sus progenitores, bajo la pauta, instrucciones y notas
de la sociedad, nuestros hijos pasan a ser piezas de la estrategia, sin opción
a ningún acto creativo, sino a comportarse dentro de esa pauta social y del
objetivo familiar.
Ese proyecto puede ser académico, deportivo o de otro
tipo, ambos o todos, depende del nivel de sensatez y racionalidad de los
padres, y junto al proyecto –como dijo Carl Honoré- secuestramos a
nuestros hijos su infancia y adolescencia, sin permitirles
experimentar, disfrutar o sufrir las vivencias, que les formarían no solo como
adultos, sino como seres humanos, armónicos y equilibrados en lo físico, mental,
social y espiritual.
Algunos individuos, en su etapa adulta, con
canas –no genéticas-, sino bien merecidas, concluyen que sus proyectos de vida
los hicieron transitar por caminos equivocados. Parte del problema radicó en
haber comprado proyectos de vida vendidos por la sociedad u otras personas.
Un adulto sano se forma por etapas, infante, niño,
adolescente y joven adulto, cada una de las cuales tiene una razón de ser.
Deben vivirse experiencias reales no artificiales, en cada etapa, de
las cuales quedarán reflexiones y aprendizajes, errores y aciertos, requeridos
para que ese individuo se convierta en persona y ser humano.
Parte importante de este reto, para construir personas y
seres humanos, está en las manos de todos quienes hemos asumido la
responsabilidad de traer hijos al mundo. Sin embargo, es importante entender
que en vez de considerar la crianza de nuestros hijos como un proyecto, éste
deben ser parte de nuestra misión de vida y nuestro legado a las nuevas
generaciones.
Referencia Bibliográfica:
1. Honoré, Carl
(2010). Hijos bajo presión. Editorial Nuevo Extremo. Buenos Aires.
Twitter: @MiguelATeranO
Nota: Foto ilustrativa extraída de la Web.
Excelente el licenciado Miguel Teran en su análisis
ResponderEliminarGracias estimado Gustavo. Siempre es bueno saber que fue de tu agrado el artículo. Un abrazo.
EliminarMuy buena reflexión Pa ♥️
ResponderEliminarGracias Gisi. Me alegra que te haya gustado el artículo. Por favor, compártelo con todos a quienes les pudiera ser de utilidad e interés. Abrazos, besos y bendiciones a todos en casa.
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