Para
escuchar debemos abrir no solo nuestros oídos, sino nuestras mentes y
corazones. Al vivir en un mundo saturado de información, es una realidad que se nos escapan los
susurros. Al escuchar podemos realmente
entender a quién nos habla y dar respuestas o argumentos acordes a sus
preguntas, planteamientos, dudas e inquietudes.
No obstante, muchos
quieren hablar y pocos quieren escuchar. Una queja común es no sentirnos
escuchados, ni por la pareja, los padres, los amigos, ni menos por los
políticos. Escuchar debe acompañarse de preguntas, para entender y
comprender mejor lo que ha tratado de expresar la otra persona. Cuando no
hacemos preguntas quedan espacios de duda en lo escuchado, que usualmente
llenamos con interpretaciones y especulaciones, lo cual nos lleva a diluirnos o
perdernos en múltiples hipótesis sin base real.
Pretender escuchar estando distraído, lleno de emociones o a la defensiva no produce ningún resultado positivo para las relaciones. Debemos tener disposición e interés al escuchar, pero sobre todo estar presente, no solo físicamente presente, sino con nuestra mente, corazón y espíritu para poder escuchar.
Cuando no escuchamos con la atención requerida para
entender otro punto de vista, esos vacíos nos llevan a crear nuestra propia
historia. Lo ideal es escuchar desde una perspectiva neutral, para realmente
tratar de entender con la mente y el corazón abiertos. Nos decía Martin
Luther King que la verdad aumentará en la medida que sepas escuchar la verdad
de los otros.
Otros, que ya creen saberlas todas, están llenos de orgullo, por lo cual no aceptan nada nuevo. Por el contrario, al escuchar nos brindamos la oportunidad de conocer diferentes puntos de vista o perspectivas. Cuando nuestros argumentos se alejan y se crea un vacío entre quienes hablan, aparecen los gritos. El Premio Nobel de la Paz (1984) Desmond Tutu mencionaba que su padre decía: «No levantes tu voz, mejora tu argumento».
El respeto nos exige saber escuchar. No es lo mismo oír que escuchar. Debemos aprender a escuchar, no solo lo que queremos escuchar, sino también lo susurros o murmullos, así como lo que no quisiéramos escuchar. La paradoja de la tecnología, hoy presente en nuestra vida, es que «Nos acerca a los lejanos y nos aleja de los cercanos», haciendo que perdamos muchos momentos porque solo estamos físicamente presentes.
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