jueves, 24 de octubre de 2024

Tiempo y Familia

 

Artículo publicado en Los Tiempos Newspaper - Miami, Florida USA

Miguel A. Terán

Psicología, Filosofía y Coaching

www.miguelterancoach.blogspot.com

www.lidervoice.com

Los padres de estos tiempos y, quizá, desde algunas décadas atrás, hemos estado viviendo la vida a toda prisa, llena de compromisos y obligaciones, más enfocados en el futuro y lo que vendrá, mientras perdemos el vital contacto con el presente.

La verdad es que el tiempo con nuestros hijos pasa más rápido de lo que suponemos, pero desgraciadamente nos damos cuenta cuando ya es algo tarde. De repente un día los vemos abrir la puerta y salir en busca de su propia vida.


Es cierto que no es fácil nadar entre dos corrientes, una para cubrirles sus necesidades y otra para poder disfrutar con ellos. Sin duda, que el epicentro del problema parece ubicarse en los progenitores, quienes, preocupados y ocupados por los temas económicos para cubrir las necesidades de vivienda, alimentación, seguridad, salud, educación y otras, junto a las angustias por las incertidumbres del futuro, descuidan su función de educadores y formadores de sus hijos. Aquí la lucha debe ser con nosotros mismos, como padres, para definir cuáles “necesidades” son reales, y cuáles son resultado de la presión social que nos lleva a tratar de satisfacerlas.

Nos llenamos de múltiples compromisos, muchos de éstos innecesarios, los cuales son difíciles de priorizar, para dar un sano orden a nuestras actividades diarias. Stephen Covey, el consultor y orador estadounidense planteaba “Tienes que decidir cuál es tu máxima prioridad y tener el coraje de decir “no” a otras cosas”. Todo lo valioso y duradero en la vida requiere tiempo para construirlo. Por ello, cuando los padres pierden la equilibrada perspectiva de su rol y se dedican solo al oficio de proveedores de bienes para su familia, abandonando o descuidando las responsabilidades básicas del hogar, de pareja y de la crianza de sus hijos, esa decisión traerá consecuencias nefastas para la familia, sus integrantes y la sociedad en general.

Cambiar nuestro estilo de crianza no es fácil. Porque es todo un reto aprender a escucharlos atentamente, mirándolos a sus ojos y demostrando genuino interés en la conversación; dejar a un lado todo lo que nos distraiga, especialmente nuestro celular; acompañarlos al momento de alguna de sus comidas, al realizar sus tareas escolares o antes de dormir.

Un especialista que escuché hace mucho tiempo refería la mentira de “Tiempo de Calidad”, porque a su entender los niños simplemente necesitaban tiempo. En algunas oportunidades, tal vez será tiempo de calidad y en otras será necesario simplemente la mayor cantidad de tiempo posible, depende de cada caso, momento y situación. Pero debemos ser presencia y no ausencia.


Parece realidad que hemos venido perdiendo tiempos y espacios para nuestros hijos, pareja y descanso, preocupados por temas económicos reales y ficticios.  Y queda aquí, visiblemente expuesta, una falla de la sociedad, al no tomar conciencia del proceso de deterioro familiar, debido al desequilibrio trabajo-familia, cuyas consecuencias repercuten –con mayor contundencia e impacto- no solo en la familia, sino en la misma sociedad. 

El escaso tiempo “disponible” para la crianza de los hijos puede dejar en ellos profundos vacíos en afectos y otras necesidades de orden psicológico, que podrían intentar llenarse en lugares menos adecuados, entre amigos inadecuados o bajo la peligrosa tutela de la televisión, internet y las redes sociales. 

Es un hecho que las relaciones no se construyen “Overnight” o de la noche a la mañana; por ello, no es fácil pretender lograr una buena relación con nuestro hijo adolescente cuando esa relación no fue cultivada ni abonada durante los años de su infancia. Parafraseando al escritor italiano Leon Battista Alberti, el mejor legado que podemos dejar a nuestros hijos es un poco de nuestro tiempo cada día.

En un pasado, no muy lejano, los niños disponían de mamá a tiempo completo, luego con la incorporación de la mujer al campo de trabajo esa dedicación cambio. Siempre podemos hacer dinero, pero no siempre podemos lograr recuerdos, refiere una sabia frase. Los momentos pasan y son irrepetibles, en ese aspecto el tiempo no perdona. 

En estos tiempos innumerables padres consideran la crianza de los hijos como un proyecto, con vidas llena de fines, objetivos, metas, estrategias, tácticas, planificación, presupuestos, evaluación y mediciones, y por supuesto resultados. No hacerlo así, significaría dejar el proyecto al azar, de hecho, las empresas y organizaciones funcionan de manera planificada. El autor y especialista Carl Honoré, afirma que cuando los adultos “secuestran la infancia” de sus hijos, los niños ya no tienen tiempo para atender actividades básicas y vitales para su desarrollo como seres humanos y seres sociales.

De manera tal, que la vida no es ni debe ser un objetivo, ni mucho menos considerada o tratada como una empresa; y si bien es cierto, que no debemos llevarla sin rumbo ni sentido, porque parece razonable que tengamos algún horizonte, tampoco es válido que el objetivo sea convertirla en un proyecto.

A la escuela se le han venido delegando responsabilidades que no le pertenecen, ya que la escuela siempre será un complemento, el lugar donde se forman nuestros hijos, nunca el lugar donde los educamos, porque educar es una tarea del hogar. Afirmaba el Santo Papa Juan Pablo II que “La familia es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían durante toda su vida”.

Uno de los riesgos de conducir la vida como un proyecto es   vivir enfocados en el futuro, mientras se nos escapa el presente. La clave parece ser retomar la cercana relación con nuestros hijos como una fórmula para construir y desarrollar familias sólidas, en principios y valores, que ayudarán a construir una sociedad sólida y feliz.

Este artículo fue escrito por el autor sin uso ni apoyo de Inteligencia Artificial (IA)

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