Artículo publicado en Los Tiempos Newspaper - Miami, Florida. USA Diciembre 2023
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Alguien acertadamente
expresó que “los niños de hoy son el resultado de los padres de hoy”, personalmente
le agregaría, y de las sociedades de hoy. Entonces, es importante reconocer que
estas nuevas generaciones tienen particulares y diferenciales características,
muy distintas a las generaciones de algunas décadas atrás.
Los jóvenes
que han nacido en este milenio y en la última década del anterior, han tenido
unos padres ilimitados y desmedidos en sus esfuerzos para ofrecerles el mejor
nivel de vida posible y tratarlos de la mejor manera, algo quizás muy distinto
al trato que muchos de ellos mismos recibieron de la generación anterior de
padres.
Es un hecho que los padres de estos tiempos son una extraña mezcla entre exigencias y complacencias, que los lleva en una continua e interminable búsqueda de la “perfección” de sus hijos y de la protección de éstos.
Muchos son individuos permanentemente
insatisfechos con los resultados y causantes del agotamiento, tanto de ellos
como de sus hijos. Buscando siempre “lograr un poco más”, para llenar el vacío
entre sus expectativas y la realidad, lo cual representa una pesada carga.
Tanto los padres como la sociedad
son culpables de la insana e insaciable competencia de estos tiempos, que tanto
daño hace a individuos y al tejido social. El real logro consistiría en
aprender a no exigir a nuestros hijos que pretendan alcanzar sus metas a toda
costa, sino hacerles comprender la importancia de los límites y aprender a ser
felices transitando el camino de la vida, porque la felicidad no necesariamente
está en un lugar al cual debemos llegar. Una vida de competencia les mantendrá
siempre alejados de la paz y la felicidad.
Además, ocurre que en ese desmedido interés de continua perfección pretendemos resolver la vida de nuestros hijos en el corto plazo, dedicándonos a dar respuesta a sus inquietudes y asumiendo la responsabilidad de problemas que pertenecen a sus hijos. En innumerables ocasiones los hijos se desentienden de su problema y la responsabilidad de la solución es ahora de sus padres.
Aunque, en
realidad, si quisiéramos que ellos mismos puedan dirigir y resolver sus vidas
en el largo plazo, lo que deberíamos es ayudarles a reconocer sus necesidades,
a manejar sus emociones, a vivir una vida basada en principios y valores, a
tomar conciencia de sus propias decisiones asumiendo la responsabilidad de éstas
y teniendo adecuado criterio para escoger su propio camino.
Los padres podemos obsesionarnos
tanto con ese desvirtuado y patológico objetivo de vida, que llegamos a considerar
a nuestros hijos como lo más cercano a la perfección, lo que nos imposibilita aceptar
algo negativo de ellos, olvidando que son seres humanos los convertimos en un
proyecto, nuestro proyecto de vida. Al negar, inclusive lo obvio, este tipo de
progenitores se arriesgan a que cualquier problema con sus hijos crezca en el
tiempo, mientras se niegan a reconocerlo.
Los padres debemos entender que
en el hogar se educa y en la escuela se forma. Pero, no siempre se entiende así
y pretendemos asignar a la escuela la tarea de educar a nuestros hijos. Aunque
con una limitación importante, ya que los padres de esta generación no
consideran a los maestros sus socios en el proyecto de formar a sus hijos,
delegando en los maestros solo la responsabilidad, pero no la autoridad. Y eso
es visible, en el absoluto apoyo a sus hijos en caso de que surja alguna
diferencia o discrepancia con el maestro.
Nuestros
hijos deben comprender desde pequeños que la libertad está unida a la
responsabilidad, y que recibiremos las consecuencias –positivas o negativas- de
nuestras acciones, porque en la vida recogemos lo que sembramos. Es importante
tener presente que “Tus hijos no tendrán éxito gracias a lo que hayas hecho por
ellos, sino gracias a lo que les hayas enseñado a hacer por sí mismos”, tal cual
afirmó la periodista estadounidense Ann Landers. En similar orden de
ideas, expresaba el científico francés Louis Pasteur “No les evitéis a
vuestros hijos las dificultades de la vida, enseñadles más bien a superarlas”.
Garantizar a
nuestros hijos una infancia y adolescencia de “espectáculo” o “burbuja”, sin
problemas y con todo resuelto no es garantía de una adultez feliz; por lo
contrario, muchas veces lograremos el efecto indeseado. Porque darles todo no
los prepara para la vida, sino que los deja –en muchos casos- sin capacidad
para sobrevivir a las frustraciones a que regularmente nos somete la
vida. Es visiblemente preocupante la poca capacidad de frustración de los
niños y jóvenes de hoy, pero la respuesta parece sencilla, porque lo han tenido
todo, rápido y bastante fácil. La continua insatisfacción es casi una
enfermedad de nuestro tiempo.
El filósofo y
sabio chino Confucio -hace aproximadamente 25 siglos- recomendaba “Cría a tus
Hijos con un poco de hambre y un poco de Frío”, evitando darles de todo y hasta
en exceso, así valorarán. Ellos deben entender –desde muy pequeños- que no todo
tiene una etiqueta de precio; por lo tanto, no todo se puede comprar, porque
muchas cosas debemos ganarlas con nuestro tiempo, dedicación y esfuerzo.
La adversidad, los contratiempos,
los infortunios y otros elementos limitantes son parte de la dinámica de vida,
y requeriremos manejarlos adecuadamente para poder vivir en armonía y
equilibrio. Al querer dar a ellos una vida sin obstáculos, estaremos criándoles
incompletos, porque le cortaremos vivencias y experiencias necesarias para
aprender y desarrollar los conocimientos y habilidades que más adelante
requerirán para crecer e independizarse.
A nuestros hijos los preparamos
no solo con lo que les decimos que deben hacer, sino con nuestro diario
ejemplo. Al respecto, bien lo expresó la Madre Teresa de Calcuta, diciendo “No
te preocupes porque tus hijos no te escuchen: te observan todo el día”.
Nuestros hijos pueden ser nuestro espejo más preciso. Un ejemplo válido es lo
que ocurre cuando llevamos los niños al colegio, mientras en la vía hablamos
por celular, sin tomar conciencia y precaución que ellos -aunque estén jugando
con su equipo electrónico o vayan viendo por la ventana- en ese momento si nos
están escuchando. En esas conversaciones con un tercero podemos estar diciendo
cosas distintas a lo que tratamos de enseñarles con nuestros consejos.
A diferencia del pasado, los
padres de hoy día se involucran –tal vez- demasiado y por demasiado tiempo en la
vida de sus hijos. Algunas veces, ya con los hijos adultos, los padres
pretenden seguir dirigiéndoles la vida, más aún cuando esos padres siguen
siendo -de alguna manera- la fuente de dinero.
Todo en la vida tiene límites y es sano entender y respetar esos
límites.
Esta errónea conducta ha llevado
a que muchos padres hayan perdido el sentido y enfoque de sus propias vidas,
inclusive de pareja, desviándolas para girar solo y únicamente alrededor de las
vidas de sus hijos. Cuando los hijos crecen y se van de
casa, surge el llamado efecto del “Nido Vacío”, al cual dolorosamente se enfrentan
las parejas que descuidaron sus espacios y tiempos personales y de pareja, para
haberse dedicado básicamente a la atención de sus hijos. La relación de pareja puede
haberse conservado en el tiempo, con el objetivo -casi único-de lograr la
crianza de los hijos, pero al perder sus momentos de pareja, dejaron de serlo,
por lo cual reactivarse como pareja algunos años más adelante no será tarea
fácil.
En la educación y formación de
nuestros hijos, no hay ejemplos, actitudes ni conductas neutras de nuestra
parte; todo lo que hacemos los educa o mal educa, los forma o los deforma, los
construye o destruye. Igualmente, al momento de criticarlos, nuestras críticas
pueden ser positivas, negativas, constructivas o destructivas. Es un hecho que
desperdiciamos –aturdidos por las urgencias de cada día - maravillosas
oportunidades y momentos para conversar, enseñar y sembrar en nuestros hijos lo
que deseamos cosechar en ellos el día de mañana.
Es vital enseñarles
a ser agradecidos con la vida y las personas, porque ello les permitirá
disfrutar y valorar lo que son y lo que reciben. Evitando formar individuos más
preocupados por lo que les falta, que por valorar y disfrutar lo que tienen.
Quizá algunos consideremos que
los padres del pasado tampoco dedicaban muchas horas a sus hijos, pero debemos
estar conscientes que los riesgos de malas influencias no eran tantos como lo
son hoy día. Antes podíamos prohibir a nuestros hijos la relación con algún
compañero de estudios o vecino que considerábamos no era buena influencia,
porque nosotros mismos lo conocíamos. Hoy día nuestros hijos pueden estar
siendo influenciados por alguien que está en el otro extremo del mundo.
Antes podíamos "perder"
un hijo en la calle sino estábamos vigilantes de sus amistades. Hoy día los
hijos se pierden en su habitación, mientras ignorantemente consideramos que
están seguros, porque están en casa. Sin reconocer que la televisión, internet
y las redes sociales son "Caballos de Troya" que hemos dejado entrar
en nuestras casas y que nos "roban" a nuestros hijos.
En estos tiempos la relación
padres- hijos debe estrecharse, acercarse o unirse, pero no para lo que hemos
criticado algunos párrafos atrás, sino para poder darles balance y equilibrio
en la lucha con los antivalores que ellos reciben a diario del ambiente,
sociedad o entorno.
Al no asumir nosotros como padres
esa responsabilidad, que, si nos pertenece, entonces los medios de
comunicación, la televisión, internet, las redes sociales, otras personas y la
sociedad tomarán nuestro lugar, sin saber hacia qué dirección estarán guiando
sus pasos. Alguien expresaba que “Recordemos que no solo estamos criando
niños, sino también creando a los adultos del mañana”.
Excelente articulo
ResponderEliminarMuchas Gracias. Nos alegra que haya sido de su interés y agrado. Por favor, si le es posible compártalo. !Feliz Año 2024!
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