Artículo Publicado en Los Tiempos Newspaper, Miami, Florida (Junio 2023)
Un consumidor consciente es aquel que sabe consumir sabia y responsablemente, evitando comprar productos y servicios que no le benefician. En otras palabras, los consumidores deben preocuparse y ocuparse por conocer los productos y servicios que le ofrecen antes de realizar la compra de éstos.
Para ello, el consumidor debe educarse, con el fin de disponer de argumentos que le permitan ser analíticos y críticos, pudiendo evaluar en detalle las características de los productos y servicios disponibles.Las leyes por su parte deberían garantizar al consumidor el derecho a conocer más sobre los productos y servicios, incluyendo las opciones para el financiamiento de ciertas compras, aunque en la realidad no ocurre así, porque las leyes son poco estrictas, algo relajadas y llenas de muchos vacíos y distorsiones informativas.
Con leyes más
estrictas podrían evitarse descuidos, engaños y daños al consumidor por parte
de quien produce, distribuye, ofrece o brinda productos y servicios. Entonces,
como consumidores deberíamos exigir más solidez en las leyes; pero, mientras que
esta necesidad se hace realidad, el consumidor debe asumir cierto nivel de
responsabilidad ante esos vacíos y distorsiones informativas, en un mercado que
ofrece -cada vez- mayor variedad de productos, lo cual exige dedicar tiempo
para leer e informarse mejor.
La responsabilidad social de las empresas deberia hacerse realidad ofreciendo productos y servicios que beneficien o cuando menos no perjudiquen al consumidor. Si un fabricante ofrece un producto que no es bueno para la salud o la economía del comprador, existen una cadena de distribución o intermediarios, quienes podrían responsable y honestamente evitar hacerse cómplices, decidiendo no colocar en sus anaqueles ese tipo de producto ni ofrecer ese tipo de servicio.
Les refiero
el ejemplo, entre infinitos ejemplos, de algunos “Jugos” disponibles en el
mercado que contienen bajo porcentaje de jugo, por referir un 15% de jugo y lo
demás es agua, químicos y enormes cantidades de azúcar refinada; entonces, en
realidad al comprar este “Jugo” estaríamos comprando agua endulzada, nada
saludable, a precio de jugo. Alguien lo fabricó, pero alguien
irresponsablemente lo distribuyó. Este aviso informando que contiene solo 15%
de Juego aparece escrito en la etiqueta, pero no lo leemos y salimos
convencidos de haber comprado “jugo”.
Los productos
tienen información en sus etiquetas, aunque no bien reguladas ni normatizadas por
el gobierno, porque no aclaran -en muchos casos- el origen de las materias
primas, ni las unidades de medidas son estándar, lo cual hace difícil al
consumidor poder comparar; pero, mal que bien, en esas etiquetas podemos
informarnos acerca de las calorías, el contenido, las grasas, los
carbohidratos, el sodio, el azúcar, las proteínas y otros.
En los
productos procesados, abundantes en el mercado, el enemigo oculto es la sal
(sodio). Expertos refieren que hay una «sal visible» que es la que agregamos a
nuestras comidas utilizando un salero, pero existe otra «sal invisible», que es
la que ya viene incluida en los productos procesados. Se estima que la sal
visible es 20% de la sal que consumimos, mientras que la sal invisible
representa el 80%. Según las Organización Mundial de la Salud (OMS), no
deberíamos consumir diariamente más de 5 gramos de sal (unos dos
gramos de sodio), lo que se traduciría en una cucharadita de postre. Los niños,
por supuesto, deben consumir menos cantidad, entre 3 y 4 gramos
máximo y, hasta los dos años, la OMS recomienda no añadir sal a las comidas.
Igualmente,
las etiquetas refieren el contenido de azúcar, indicando los gramos de azúcar
añadida, además de los propios de las frutas. Los refrescos o gaseosas tienen
elevado contenido de azúcar, que se se ha relacionado directamente con el
sobrepeso y la obesidad, especialmente en niños y adolescentes. No obstante, medir
el sano consumo de azúcar es complicado, ya que muchos productos lo contienen
de manera natural, por lo cual agregar adicionalmente azúcar refinada sería un
exceso; por ejemplo, 250 ml de jugo de naranja cubrirían la diaria necesidad de
azúcar.
El consumidor
debe tomar conciencia de las enormes inversiones que hacen las empresas en
publicidad, para convencerlo de las “bondades” de sus productos y servicios. Y
es importante que reconozcamos, aparte de lo saludable o no de los productos,
que adquirir, coleccionar, y acumular productos o bienes, que, en la mayoría de
las ocasiones, no son ni útiles ni necesarios, representa una forma de hacer
daño a nuestra economía y finanzas personales. Tengamos presente que la
publicidad nos crea la idea de la necesidad, cuando en realidad estimula deseos,
pero no satisface necesidades.
Las personas
deben mantener buenos hábitos de compra para lograr un consumo responsable con
su salud, con su economía personal y con el medio ambiente. Los derechos del
consumidor son parte de esa educación. Sin embargo, no se nos enseña en la
escuela a comprar responsablemente. La educación al consumidor debería estar
incluida en el currículum escolar desde temprana edad. Esta educación nos
permitirá desarrollar criterios que nos ayudarían a evolucionar como consumidores
conscientes.
La educación dirigida
a formarnos como consumidores conscientes y responsables es una competencia
básica para una vida sana en nuestra salud, en nuestras finanzas y para nuestro
ambiente. Nuestras decisiones del día a día en lo que compramos y en lo que consumimos
estarán construyendo nuestra salud física y financiera futura. Al ser educados
como consumidores sabremos distinguir la calidad de los productos, de sus
materias primas y sus procesos de elaboración.
Entonces, leamos
bien las etiquetas antes de comprar productos y busquemos información en
internet de fuentes confiables, para evitar hacernos daño a nosotros mismos y a
nuestras familias.
Miguel A. Terán
www.miguelterancoach.blogspot.com
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