Artículo publicado en Los Tiempos Newspaper - Miami, FL. USA - Junio-Julio 2023
Miguel A. Teran
www.miguelterancoach.blogspot.com
Expresa el psicólogo y escritor español Rafael Santandreu que “Un deseo es algo que «me gustaría» ver cumplido, pero que «no necesito». En cambio, una necesidad es algo sin lo cual NO puedo funcionar”. Una confusión que trae muchos problemas en la vida, para la mayoría de las personas, es no diferenciar adecuadamente entre necesidades y deseos, lo cual nos lleva perseguir inagotables deseos creyendo que son necesidades.
Los deseos
son producto de la interacción y aprendizaje social, según expresaba siglos
atrás el filósofo Epicuro “no son naturales ni necesarios”, tienen más que ver
con los impulsos hacia algo apetecible. Están más relacionados con la
personalidad del individuo, su escala de valores y su ego.
A diferencia
de las necesidades, los deseos no se sacian, son ilimitados. “Quienes mucho
desean, mucho les falta”, expresaba dos milenios atrás el poeta Horacio. Desde
la perspectiva del consumo, por la acción de mercadeo y la publicidad; así
como, por la presión cultural y social los deseos son transformados en
“necesidades”.
Por su parte,
las necesidades son muy básicas. Son carencias vitales para conservar la vida.
Las necesidades tienen un ciclo que comienza cuando aparecen, que deben
satisfacerse, para luego desaparecer temporalmente hasta tanto surjan de nuevo.
Las necesidades más básicas son alimento, vestido, descanso, refugio, etcétera,
y las necesidades de orden superior son relacionarse y amar, entre otras.
Por lo contrario, los deseos de dinero, fama y poder no tienen límite conocido. Los deseos -en general- nos llevan a entrar en un círculo interminable de insatisfacción -satisfacción – Insatisfacción, donde la satisfacción es temporal, lo cual nos lleva buscar “más” de “algo” que no tenemos adecuadamente definido, porque una vez que lo logramos queremos “algo más”.
Como referencia, podemos
mencionar la respuesta del empresario estadounidense John D. Rockefeller,
considerado el hombre más rico del mundo en su momento, a quien se le preguntó
en una oportunidad, cuánto dinero más necesitaría para quedar satisfecho y su
respuesta fue “Solo un poco más”. Tengamos presente que “un poco más” es un
valor utópico, no alcanzable, ya que no tiene límite definido, porque ¿Cuánto
es un poco más? y ¿Cómo sé cuándo lo he alcanzado?
Vestir para
resguardarse del clima y la intemperie podemos lograrlo con una simple camisa o
franela, pero el deseo entra en acción cuando queremos una camisa o franela de
una marca comercial definida.
De la
adecuada satisfacción de necesidades depende nuestra propia existencia, por
ello, alimentarse, vestir, dormir, etcétera son necesidades que no se pueden
postergar ilimitadamente en el tiempo. Por su parte, la satisfacción de los
deseos puede llevarnos a una vida más placentera, pero si bien es cierto que
permiten mejorar nuestro nivel de vida, algunas veces las exigencias y el
desgaste resultado de los esfuerzos para buscarlos, obtenerlos y conservarlos
atentan contra la calidad de nuestra vida, deteriorando -a largo plazo- parejas,
familias, hijos y sociedad.
Lo ideal
sería que cuando tuviéramos adecuadamente cubiertas las necesidades básicas,
pudiéramos dedicarnos a la satisfacción de deseos. En otras palabras, lo lógico
sería respetar las necesidades como prioridades y luego los deseos. Por esa confusión de prioridades podemos ver
a alguien con un equipo celular de última generación y sin dinero para pagar
una matrícula de estudios o, peor aún, con la nevera vacía.
Debemos
priorizar lo que mejora nuestra calidad de vida y no solo aquello que mejora
nuestro nivel de vida, porque nivel de vida sin calidad de vida no hace
sentido. Nuestro nivel de vida está relacionado con lo cuantitativo, lo
económico y lo material; y por supuesto, con la satisfacción de deseos.
Mientras que la calidad de vida está relacionada con lo cualitativo con la
satisfacción de necesidades más profundas como seres humanos y sociales.
Podemos tener
una buena y confortable vivienda, un vehículo del año y demás lujos; en otras
palabras, tener un buen nivel de vida; sin embargo, si mantenerlo representa un
alto sacrificio que limita nuestra vida familiar y social, que nos obliga a
descuidar nuestra relación de pareja e hijos, etcétera, estamos haciendo daño a
nuestra calidad de vida presente y futura.
La búsqueda
permanente de opciones para satisfacer los deseos nos garantiza una vida de
angustias y preocupaciones. Los deseos más terribles y difíciles de controlar o
erradicar son la fama, el poder y el dinero, porque no tienen límite. Al
dejarnos dominar por nuestros deseos nos convertirnos en esclavos de
éstos.
El escritor español Francisco de
Quevedo decía que “Lo mucho se vuelve poco con sólo desear otro poco más”.
Cuando controlamos los impulsos para evitar la compra «emocional» y
compulsiva de cosas que no necesitamos, estamos tomando las riendas de nuestra
vida, de nuestra estabilidad económica y nuestro futuro. El filósofo griego
Epicteto de Frigia reconocía, hace casi dos mil años, que el deseo y la
felicidad no pueden vivir juntos. En otras palabras, vivir llenos de deseos nos
impide ser felices, porque nunca estaremos satisfechos.
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