jueves, 31 de marzo de 2022

¿SOMOS SENSIBLES O APENAS FLEXIBLES? - Una importante diferencia que debemos comprender.

Artículo Publicado en Los Tiempos Newspaper - Miami, Florida. Marzo 2022

En muchos ámbitos, contextos o situaciones de nuestra vida confundimos flexibilidad con sensibilidad, cuando en realidad son conceptos distintos. Podemos afirmar que sensibilidad incluye flexibilidad, pero flexibilidad es apenas una parte del ser sensible. La rigidez -por su lado- es el otro extremo, lejos incluso de flexible y a mucha distancia de sensible. 

Una persona sana de mente, corazón y espíritu posee entre sus características más visibles y palpables la sensibilidad. Por el contrario, la insensibilidad es una de las más claras demostraciones de la decadencia humana, moral y espiritual de personas y sociedades.


A diferencia de un individuo rígido, el individuo flexible es susceptible a cambios según las circunstancias o necesidades, pudiendo evaluar o escuchar ideas u opiniones diferentes a la suyas propias y llegando a transigir o hacer concesiones.

No obstante, la flexibilidad es resultado de entender, pero no necesariamente de comprender, tal cual lo dice la expresión: «Te entiendo, pero no te comprendo», porque posiblemente aceptamos una situación, pero al no comprenderla nos cuesta solidarizarnos con lo que ocurre. En otras palabras, fuimos flexibles, pero no sensibles.

Por el contrario, un individuo sensible se conecta de manera profunda con las ideas, opiniones, eventos, sucesos o circunstancias, y por supuesto con las personas y los cambios. Sus decisiones tienen una razonable mezcla de emociones y sentimientos que le guían al momento de evaluar e interpretar esas circunstancias, hechos, sucesos, eventos o personas.

En algunos contextos ser sensible es mal interpretado, al considerarse signo de debilidad; pero de ninguna manera, puede ser señal de debilidad para un ser humano preocuparse auténtica y verdaderamente por otros, escucharlos, apoyarles, colaborarles, y más.

En el mundo organizacional, al igual que en el personal y social, será imposible crear una auténtica relación de amistad, colaboración o trabajo, sin ser sensibles. El compromiso de la gente que nos rodea no se obtiene solo con flexibilidad, se requiere dar muestras genuinas de sensibilidad para alcanzarlo.

Aunque -debemos reconocer- que un mundo diferente no puede construirse con individuos indiferentes. La indiferencia atenta contra la sensibilidad, porque un individuo indiferente no puede ser sensible.

La sensibilidad nos exige creer, confiar, tener una comunicación abierta y profundo respeto por el otro. Por el contrario, al individuo desconfiado le será imposible ser sensible, porque siempre juzgará mal o lleno de dudas, cualquier evento o circunstancia que ocurre en el entorno o a otra persona.

La persona sensible es empática, se coloca de verdad en el lugar de la otra persona, “en los zapatos del otro”, para entender desde la perspectiva del otro sus planteamientos, ideas, problemas, sueños, miedos, inquietudes y más. Por lo contrario, cuando permanecemos en nuestros propios zapatos solo veremos nuestro punto de vista y -generalmente- nuestra miope realidad.

Una persona sensible debe practicar la solidaridad, que conlleva compromiso y no la simple dádiva o limosna. Debe comprenderse como un acto de auxilio, misericordia y justicia con otro ser que lo necesita, no un simple acto de caridad. Peor aún sería aquel que da creyendo que así redime sus pecados. La Madre Teresa de Calcuta decía que «Debemos dar hasta que duela y cuando duela debemos dar todavía más». Aunque en la realidad, la mayor parte de las veces damos solo de lo que nos sobra.

Transitamos ignorantes entre la inconsciencia, la insensibilidad y la frivolidad, acostumbrándonos a ser insensibles, cuando vemos y aceptamos como normales muchas anormalidades. «La ceguera espiritual nos hace insensibles», afirmaba Konrad Lorenz, Premio Nobel de Medicina (1973).

Hemos perdido la compasión por los demás, haciéndonos insensibles ante sus circunstancias y problemas, porque solo nos importan los nuestros, los cuales consideramos válidos y más importantes. «La insensibilidad hace monstruos», expresaba el escritor y filósofo francés Denis Diderot.

Una sociedad insensible es resultado de la indolencia y apatía de sus integrantes, quienes dejan de sentir las cosas que causan dolor, pena o lastiman a sus congéneres. El efecto de la insensibilidad es multiplicador; por ello, cada vez lo somos de manera más notoria. Tristemente, la insensibilidad parece ser el espíritu de nuestra época.

Cuando tenemos capacidad de abandonar nuestra individualidad y confort, para pensar y sensibilizarnos por los demás, no solo estaremos en capacidad de ayudarlos, sino que también estaremos ayudándonos a nosotros mismos a mejorar y superar nuestras propias debilidades y limitaciones como seres humanos, dejando a un lado el egoísmo, que empobrece nuestra esencia humana y espiritual.

Si logramos, con la práctica y el diario ejemplo, que la sensibilidad llegue a ser parte de los valores y hábitos de nuestros hijos; entonces, ellos llegarán a comprender y valorar a otros, no solo a criticarlos o juzgarlos; de esa manera, estaremos desarrollando adultos sensibles que construirán sociedades sensibles y un mundo más armónico, balanceado, equilibrado y justo.

Miguel A. Terán

www.miguelterancoach.blogspot.com

www.lidervoice.com

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