martes, 10 de marzo de 2020

El miedo: ese enemigo que nos impide reducir la velocidad de nuestra vida- Miguel A. Terán


Artículo publicado en Los tiempos Newspaper - Miami– Feb. 2020

Hemos permitido que las amenazas e incertidumbre nos atormenten y atemoricen, con múltiples e innumerables peligros, riesgos y desgracias presentes y futuras, reales o imaginarias, que generan -en cada uno de nosotros- un creciente estrés, ansiedad y angustia. 

Cuando creemos que nuestros recursos son menores que los “recursos” que nos exige algún particular reto, surge el miedo. No obstante, debemos reconocer que ese posible desbalance y desequilibrio de recursos entre las partes es solo una percepción muy personal y subjetiva. 

Ante tales y crecientes niveles de "amenaza e incertidumbre" parece que nuestros recursos siempre serán escasos, lo cual permite que surja y avance el miedo, quien nos propone acumular lo máximo posible como una alternativa para estar "protegidos", ante todas las "tragedias" que se avecinan. El filósofo, matemático y físico francés René Descartes, con sarcasmo, decía: “Mi vida estuvo llena de desgracias, muchas de las cuales jamás sucedieron”.

Muchas industrias tienen como principal aliado el miedo, por ello se nos siembran miedos para ofrecernos seguridades, ya que siempre estará disponible el producto o los servicios que nos ofrecerán seguridad para "protegernos" de esos miedos. “Si quieres controlar a alguien, todo lo que tienes que hacer es hacerle sentir miedo”, expresa el autor brasileño Paulo Coelho. Definitivamente, el miedo nos controla y con el miedo nos controlan.

Entonces, siempre estará presente la necesidad de acumular y tener “un poco más”, por si acaso. Al estar enfocados en el futuro, acumulando "por si acaso", para evitar que esas amenazas se hagan realidad, convertimos al presente en un proceso cargado de esfuerzos, carreras y desasosiego para “crear un futuro seguro”, pero sin dar importancia al presente más allá de su rol como una vía de tránsito hacia el futuro. 

El afán de vida nos ha atrapado 24/7, ya no parece haber espacio ni tiempo para el descanso. Ambos padres trabajan y nuestras casas transitan a alta velocidad. La paciencia y la espera ya no están de moda. Todo es urgente y la impaciencia han tomado el mando y la dirección de nuestras vidas. Esas urgencias e impaciencia nos llevan a crear atajos para todo, a buscar «soluciones de microondas», que no garantizan un éxito real, tal vez solo un "éxito" como se concibe socialmente. Porque la realidad es que una vida con sentido no puede llevarse circulando por atajos y de urgencia en urgencia.

Así se nos escapa lo único que tenemos garantizado, el presente. Mientras el ocio ese necesario tiempo de descanso, distracción, recreación o reflexión que debe darse en los momentos libres, no de trabajo, tareas domésticas ni estudios, tristemente es considerado en nuestra sociedad como un pecado, porque la directriz o norma es que «Debemos estar siempre ocupados», haciendo algo que produzca resultados concretos y -en lo posible- de inmediato.  

Esas urgencias -reales, creadas o impuestas- nos mantienen corriendo, haciendo que olvidamos lo realmente importante, permitiendo así que surjan y crezcan malestares e inquietudes que más adelante se convertirán en problemas, como resultado de situaciones que no enfrentamos ni resolvemos a tiempo, y que a muchos atormentan, llevándolos a buscar escape en el alcohol, las drogas y hasta en el suicidio.

Cada día nuestros hijos pierden más sus espacios de infancia y adolescencia, para asumir muy tempranamente responsabilidades de adulto. Los niños son presionados para que finalicen sus estudios con la mayor velocidad y prontitud posible; sin entender, que estudios y madurez deben marchar juntos, para formar profesionales armónicos y balanceados, pero sobre todo para formar verdaderos y equilibrados seres humanos y sociales. 

La sobre estimulación de niños y jóvenes, en un mundo saturado de productos y servicios, tampoco deja espacios ni tiempo para que ellos aprendan a saborear y disfrutar, convirtiéndoles en individuos insaciables ante los estímulos, dejando abiertas muchas incertidumbres y dudas acerca de su verdadero éxito, bienestar y plenitud como adultos.

La ausencia de espacios y tiempos, para crecer, cambiar, transformarnos y madurar, acelera procesos que debilitan el desarrollo de las habilidades humanas de interacción y comunicación, requeridas y vitales para una sana vida social adulta. 

Corriendo por la vida -de preocupación en preocupación- nunca tendremos paz. Y cuando perdemos la paz, su lugar lo ocupa el miedo. Aunque podríamos considerar que es el miedo quien nos hurta la paz. Una vez que el miedo aparece la paz desaparece.   

Se hace necesario –y cada vez más prioritario- que consideremos un cambio en nuestra actitud ante la vida, aprendiendo a desacelerar y detenernos, de vez en cuando o cuando sea necesario, para poder disfrutar lo que hemos logrado o simplemente para reflexionar acerca de la ruta que llevamos, y considerar la necesidad de corregir o ajustar el rumbo.

Miguel A. Terán
Psicología, Filosofía y Coaching


4 comentarios:

  1. Eres el mejor Díos te bendiga 😘😘😘 saludos a la família

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  2. Excelente!, gracias por la inspiración

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  3. Estupendo articulo, Miguel.
    Importante reconocer ese miedo que sentimos y no llamarlo de otra manera.
    Lo comparto con tu permiso.
    Abrazos

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  4. Llega como anillo al dado en estos momentos de inquietud y estres, en el cual la mejor arma es desarrollar una conciencia tranquila y llena de Fe, permitiendo que la naturaleza rectifique su rumbo.
    Gracias Miguel.

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