La palabra solidaridad hace referencia a esa
actitud, sentimiento y conducta enfocada a brindar apoyo a causas, situaciones
o acciones de otros con quienes tenemos relación, metas o intereses comunes.
Esa ayuda o apoyo para la auténtica solidaridad debe ser desinteresada o
desprendida, sin espera de ningún beneficio a cambio, ya que de lo contrario
sería una transacción de negocios, comercial o intercambio de favores. Tampoco
debe ser una obligación u orden, porque la auténtica solidaridad requiere que
sea voluntaria.
Pero como todo en sus extremos, la solidaridad
sin límites también es dañina. La solidaridad se distorsiona o sesga cuando la
defensa o apoyo que brindamos hacia una persona, decisión, acción o causa se
hace basada más en emociones, compromisos e intereses que en conciencia y
razones, convirtiendo la solidad en un proceso literalmente automático.
La expresión “Solidaridad Automática” me quedó
grabada muchos años atrás en un negocio familiar, cuando un excelente empleado renunció
al trabajo porque habíamos despedido a su hermana, quien también trabajaba en ese
negocio, y a quien despedimos -después de brindarle varias oportunidades-
debido a su deficiente calidad de trabajo, incumplimiento en sus labores,
irresponsabilidad y muchos otros calificativos que describen un mal empleado.
A ese empleado deficiente, a quien despedíamos,
lo había recomendado -poco tiempo atrás- su hermano, el excelente empleado, y
habíamos aceptado su recomendación tomando como referencia la buena experiencia
con él. Sin embargo, los resultados no fueron para nada similares. No obstante,
recibimos con sorpresa la renuncia del excelente empleado, quien argumentó como
única razón de su retiro la “solidaridad familiar”.
En casos como éste, al solidarizarnos de manera
desmedida e irracional, basados en creencias, paradigmas y compromisos, pero no
necesariamente en conscientes y equilibrados argumentos y razones, estaríamos
llevando la solidaridad a un punto en el cual se pierde la capacidad de crítica
y la sana razón.
La solidaridad erróneamente llevada a extremos
de apoyo nos colocaría en los bordes del fanatismo, caso muy común en
religiones y política. Y por supuesto, que también existe en particulares
grupos familiares, como pudimos observar en el ejemplo de líneas atrás.
En política ocurre que defendemos y apoyamos a
ultranza a un candidato o a un partido político por el simple hecho de ser
miembros de ese partido. Perdemos la capacidad para cuestionar actitudes,
decisiones conductas y acciones del candidato o del partido, respaldando
nuestro apoyo o soporte incondicional con variados e ilógicos argumentos. En
estos casos, la solidaridad con el partido o el candidato está por encima de
las características y capacidades del candidato y, por supuesto, del bienestar
de la sociedad o comunidad.
Los políticos son propensos a realizar actos de
demostración de solidaridad automática en público a líderes del partido o a su
partido, aunque cuestionen en privado. No obstante, pesa más el miedo a perder unas
elecciones, las posiciones políticas alcanzadas o los intereses personales o
grupales que el bienestar del país o la comunidad, de manera tal que castran y
justifican su descontento o diferencias.
No obstante, la falsa solidaridad es efímera o
de corta duración, cambiando por diversas razones. En muchos casos, los
intereses cambian y con ellos cambia o desaparece la solidaridad. Recordemos la
expresión “Cuando hay santos nuevos, los viejos no hacen milagros. En otros casos, debemos reconocer que “Es fácil olvidar el infierno cuando
llegamos al paraíso”. O como lo expresa una reconocida canción: “Tan pronto nos
sale el clavo, se olvida todo el sufrimiento”. Todas estas expresiones tienen
relación con la solidaridad mal entendida, porque ésta no debe ser un
intercambio -como expresamos líneas atrás- que cuando las cosas mejoran se
pierde o diluye, olvidando a aquellos que nos apoyaron o estuvieron cerca de
nosotros en momento difíciles.
Es válido también mencionar nuestra falta de solidaridad con algunos, a
quienes consideramos fuertes y recursivos y nuestro exceso de solidaridad con
otros, especialmente, en estos últimos aquellos que tiene capacidad de
generarnos lástima o manipularnos.
Concluyendo, debemos reconocer la solidaridad como
un valor vital para convivir y construir una sana y humana sociedad, pero es
necesario evitar la solidaridad automática hacia causas personales o grupales, ya
que ésta desvirtúa totalmente este valor. En otras palabras, somos realmente solidarios
cuando estamos conscientes de las razones de nuestra solidaridad, no cuando
somos simplemente seguidores de una causa o de una persona, sin mayores
análisis, reflexiones ni consideraciones al respecto.
Gracias por tu sabia reflexión mi admirado Miguel.
ResponderEliminarYo,personalmente,decidí sanamente darle un receso a mi corazon y mente solidarios.
La reciprocidad es agradable ,mas no fundamental en el acto de dar.
Decidí tomar unas vacaciones de dar a los demas y darme tiempo de calidad y sosiego,me di un año de prueba,vamos a ver si aguanto por que desde la tierna edad de ocho años sirvo activamente a la comunidad.....esta mañana mientras esperaba el autobus estaba sentado un señor Afro-Americano y me comentaba que el problema de sus cataratas en los ojos le hacian muy sensible a la luz solar,acto seguido abri mi sombrilla y lo proteji y ademas me quite' mis inmensos lentes de sol y se los puse de regalo.Despues que el partió,me senti feliz y pensé en lo cuesta arriba que será mis vacaciones de no dar.
Te quiero a ti y a Clarita y Dios me los bendiga mucho.
Con afecto,marlene🎶