La forma en
que el mundo es percibido tiene diferentes perspectivas y puntos de vista, pero
sin duda, que la que más nos afecta y afecta a otros es la manera en la que
nosotros mismos lo percibimos, acercándonos a la realidad o distorsionándola y
alejándonos de ésta.
Percibimos
selectivamente lo que deseamos, lo que interpretamos o lo que está en línea con
nuestra manera de ver y pensar. En otras palabras, nuestra particular percepción
nos permite interpretar lo que llega a nosotros del entorno o ambiente,
organizar la información recibida y darle algún sentido, pero todo ello de
acuerdo con nuestras propias creencias y paradigmas o las de aquel o aquello
que nos manipula o domina.
Lo que
realmente ocurre, lo que observamos y lo que interpretamos acerca de lo que
observamos, muchas veces no están en línea o sintonía. Parece absolutamente
cierto reconocer que tenemos múltiples percepciones favorables o desfavorables,
las cuales influyen sobre nuestras decisiones y conducta, dependiendo de
nuestras experiencias, emociones e interpretaciones.
Quien se ha
instruido o formado en algo, percibe aspectos, circunstancias, elementos e
interrelaciones o interacciones, entre éstos, de manera muy distinta a lo que
puede hacerlo alguien que desconoce del tema, y quien solo puede ser un eco de
otros pensamientos o voces.
Es necesario y
vital informarnos y adquirir conocimiento de equilibrada y variada fuente,
analizar y reflexionar sobre lo escuchado, leído o visto, estar abiertos y
dispuestos al cambio para poder cuestionar creencias y paradigmas, evitando
sesgos que desvirtúen nuestra percepción y nos hagan víctimas de nuestro propio
engaño o del engaño de otros.
Nuestra
percepción es deformada por muchas variables, una de ellas es el afecto: En un
cuento del brillante sacerdote jesuita y psicoterapeuta Anthony de Mello, queda
claramente definida esta deformación perceptual:
“Éste era un
tema en el que insistía el Maestro una y otra vez. Y los discípulos tuvieron la
oportunidad de verlo ejemplificado cuando oyeron cómo el Maestro preguntaba a
una madre:
“¿Cómo está
tú hija?”
“¿Mi hija?”,
dijo la madre, “¡No sabes la suerte que ha tenido!”
“Se casó con
un hombre maravilloso que le ha regalado un coche, le compra todas las joyas
que quiere y le ha dado un montón de sirvientes. Incluso le lleva el desayuno a
la cama y la permite levantarse a la hora que quiere. ¡Un verdadero encanto de
hombre!”.
“¿Y tú
hijo?”, preguntó el Maestro.
“¡Ése es otro
cantar…!, respondió la madre, “Menuda lagarta le ha caído en suerte. ¡El pobre
le ha regalado un coche, la ha cubierto de joyas y ha puesto a su servicio no
sé cuántos criados…! ¡Y ella se queda en la cama hasta mediodía! ¡Ni siquiera
se levanta para prepararle el desayuno…!”
Luego de
escuchar estas dos breves historias, contadas por la misma persona, podríamos
afirmar que tenía razón el filósofo alemán Friedrich Nietzsche cuando dijo “No
existen hechos, solo interpretaciones”.
Entonces, es
normal que existan diferencias de percepción basadas en la interpretación, el
problema surge cuando esa percepción personal se ubica firme, consistente y
permanentemente fuera de la realidad, distorsionándola hasta crear nuestro
propio mundo, aislándonos y haciéndonos insensibles, perdiendo la
interpretación real de los hechos, eventos, personas o sucesos que ocurren a
nuestro alrededor.
Es una clara
verdad que percibimos las acciones de una persona, grupo o institución, basados
en nuestra previa opinión de esa persona, grupo o institución. Si es de nuestro
agrado podemos percibir sus planteamientos o acciones positivamente, en caso
contrario, los consideraremos negativos y por tanto criticables.
En algunos
momentos somos aún menos objetivos con nuestras percepciones, cuando sentimos
que ese evento o acción nos afecta directa o indirectamente. “No hay nada más
fácil que el autoengaño. Ya que lo que cada persona desea es lo primero que
cree”, afirmaba Demóstenes, el político y orador griego.
En
oportunidades nuestra percepción nos lleva a creer apasionadamente – y hasta
fanáticamente- en algo o en alguien, pero en algún momento lo que creíamos
verdadero, resultó después falso. Así como lo que parecía inicialmente falso,
podría resultar finalmente verdadero. Es doloroso y frustrante sentir que
nuestra percepción nos jugó una trampa y hemos dedicado tiempo, ilusión y
esfuerzos en algún sueño o proyecto de vida que nunca llegará a feliz término.
También podría ocurrir que nuestra percepción negativa nos dejó escapar la mejor
oportunidad de nuestras vidas.
Es muy fácil
auto-engañarnos en busca de escuchar o ver lo que pretendemos ver. Y será una
realidad, que siempre habrá alguien, dispuesto o interesado en complacernos con
un "canto de sirenas", llenándonos de palabras agradables y
convincentes, en línea con lo que deseamos, pero que esconden alguna seducción,
trampa, falsedad o engaño.
Una parte del poema de Ramón De Campoamor, el poeta español, nos dice: «En este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira».
Miguel A. Terán
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