Aunque no nos guste y hasta nos disguste la
política, debemos reconocer que su influencia es determinante en nuestra vida.
Miguel A. Terán
Es un hecho que vivimos impregnados de la
política, sus resultados y consecuencias. Para bien o para mal, las decisiones
y acciones en el mundo político se convierten en esquemas o pautas de gobierno
en los diferentes aspectos de las comunidades y sociedades en las cuales
vivimos.
En el sentido conceptual la política tiene como
objetivo contribuir a través de su servicio a la satisfacción de las
necesidades colectivas, participando activamente en la gestión de los diversos
temas que plantea la convivencia en sociedad. Su gestión debe procurar alcanzar
el bien común e integral de todos los miembros de la sociedad, sean estos
individuos, familias, organizaciones e instituciones. Resumiendo, su razón de
ser es servir a la comunidad y a todos sus integrantes.
Sin embargo, para buena parte de los miembros de
muchas comunidades y sociedades, la política ha representado todo lo contrario
a lo expresado en el párrafo anterior, convirtiéndose solo en un mal para
muchos y un “beneficio” para pocos.
No obstante, el problema no es la política
per se, sino el sentido que le han dado aquellos a quienes hemos permitido
utilizarla a su particular juicio o discreción, en beneficio de personales o
partidistas fines. Como dice un refrán popular “La culpa no es del loco, sino
de quien le da el garrote”. Tristemente, a la política la ha manejado la
ambición, especialmente, por el poder y el dinero.
La demagogia, desigualdades e injusticias
promovidas o aceptadas por la política han creado sentimientos de desesperanza
individual y colectiva, conformando una peligrosa mezcla para la estabilidad de
las sociedades en el mediano y largo plazo. Esa desesperanza del
ciudadano común, le lleva a abstenerse de votar o simplemente votar, pero sin
percibir que ello vaya a resolver nada, porque la experiencia dice que todo
seguirá igual o peor. Entre lo malo, tratará de escoger con el voto lo que
considere “menos malo” o lo que le ofrezca algún beneficio, generalmente
inmediato.
El hecho es que la política, en muchos lugares, no
da respuesta a buena parte de las necesidades de la gente ni de las
comunidades, contribuyendo a la gestación de problemas que más temprano que
tarde deberán enfrentar los miembros de la sociedad. En muchos países
–por años- la política se ha convertido solo en un “juego de pimpón, ping-pong
o tenis de mesa”, entre dos partidos políticos, que se rotan alternativamente y
donde buena parte del nuevo período se dedica a criticar la anterior gestión y
a cambiar lo que estaba en proceso, para un comenzar de nuevo que nunca parece
concluir.
Generalmente, en las elecciones se cambian caras
pero el maquillaje sigue siendo el mismo. La realidad es que requerimos un
diferente tipo de personaje político, que ante todo tenga claro que es
un servidor público. No entenderlo así, ha sido causa que de la mano de
la política tradicionalmente caminen la corrupción, el nepotismo, el amiguismo,
el entreguismo y muchas patologías sociales, que olvidan el bienestar
colectivo en beneficio del interés individual y grupal.
Los políticos tradicionales han estado
llenos de ideologías que no comprenden nada acerca de sistemas y procesos, pero
que están plagadas de discursos, sostenidos por una retórica cargada de
ignorancia y segundas intenciones. Muchos intereses personales y grupales toman
beneficio en lo político, y las comunidades siempre pagan “los platos rotos”,
sin recibir beneficio alguno.
Todo lo anterior ha creado y consolidado una
opinión compartida y prácticamente generalizada, acerca del desprestigio
del oficio de la política y de sus actores. Y quizá por ello, muchos
erróneamente, nos lavamos las manos como Pilatos, tomando posiciones pasivas,
resignadas y entregadas, convirtiendo esta actitud de nuestra parte en el
propio regalo que damos a los políticos de oficio. Les ponemos la torta o tarta
–o en un anglicismo el llamado “cake”- en la mesa, para que éstos la repartan a
su mejor conveniencia e interés.
Ello ha contribuido a que cada vez más las
sociedades, comunidades e individuos pierdan la fe en las instituciones
políticas y en sus dirigentes, mientras se desestabilizan los sistemas
democráticos.
Parte de la solución consiste en que cada
individuo sea activo y crítico en su rol ciudadano, exigiendo a políticos
y gobernantes propuestas y acciones de gobierno concretas, dirigidas a
satisfacer las reales necesidades de la comunidad; y que quede explícitamente
definido no solo lo “Qué” harán, sino el “Cómo” y el “Cuándo”, para que los
ciudadanos puedan exigirles su cumplimiento.
14 de Abril de 2016.
Miguel A. Terán
Psicología, filosofía y coaching.
Twitter: @MiguelATeranO
Nota: imagen extraída de la web
Referencias: Tomadas de Wikipedia + RAE
(Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
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