Sin escapatoria posible, debemos reconocer y
aceptar que somos seres sociales obligados a vivir y convivir en comunidad
Miguel A. Terán
Historias de ermitaños han existido, pero son la
excepción no la regla. Podemos reconocer y dar crédito a nuestra influencia
genética, la cual es muy importante, pero la verdad es que nuestro desarrollo
como seres humanos se da a través de nuestra vida en comunidad. En ese proceso
de socialización en comunidad nos convertimos en miembros de la sociedad al
absorber una particular cultura.
Es un hecho que no somos auto-suficientes, por lo
cual necesitamos a otros seres humanos para sobrevivir. Nuestro proceso de
aprendizaje e independencia es uno de los más extensos en tiempo dentro de los
seres vivos. Expresaba el
filósofo Aristóteles, que quien no puede vivir en sociedad, o no necesita nada
por su propia suficiencia, no es miembro de la sociedad, pero para ello debe
ser –uno de los extremos- una bestia o un Dios.
El bienestar de todos los miembros de la sociedad
es condición clave y vital para que podamos vivir en paz. Requerimos aprender
–durante ese proceso de socialización- a cooperar y colaborar unos a otros para
beneficio de todos. La cosecha no solo
debe ser buena para nosotros, sino para nuestro entorno. Tengamos presente las
palabras de Marco Aurelio, el Emperador Romano, quien afirmaba que “Nada que no
sea bueno para el panal o la colmena, tampoco es bueno para la abeja”.
El filósofo francés y Miembro del Comité Nacional
de Ética de Francia, André Comte-Sponeville ha expresado dos preguntas clave
para poder lograr una sociedad basada en el bien común: “¿Si quieres saber si
tal o cual acción o conducta de tu parte es buena o condenable? debes
preguntarte: ¿Qué ocurriría sí todos se comportaran como tú?”. Por su parte el
gran filósofo chino Confucio afirmó, muchos siglos atrás: “Lo que no quieras
que los otros te hagan a ti, no lo hagas a los otros”.
Debemos tratar a los demás como nos gustaría que
nos traten a nosotros; y no hacer a los demás lo que no deseamos que nos hagan.
Ambas versiones, una en positivo y otra en negativo, constituyen el principio
moral que sustenta la denominada Regla de Oro, existente en múltiples culturas
y religiones a través del mundo y los tiempos.
Al pensar solo en nuestro provecho personal,
o en extremo, en el beneficio de nuestro reducido grupo estaremos
polarizando y desequilibrando a la sociedad en la cual vivimos. Decía el Dr.
Stephen Covey, el famoso consultor y orador estadounidense, que “Cuando solo
percibo como válida mi posición y perspectiva, el único modo de resolver el
problema es persuadir al otro para que cambie su paradigma; y si tengo el poder
para ello, obligarlo a aceptar mi punto de vista”. En esta perspectiva, siempre
habrá un aparente ganador y un perdedor, pero la verdad es que finalmente
perderán ambos.
Para convivir, que no es solo vivir, porque
significa vivir en compañía de otros, requerimos reconocer la existencia
y el valor del otro. Expresaba Martin Luther King, Premio Nobel de la Paz
(1964): “Tu verdad aumentará en la medida que sepas escuchar la verdad de los
otros”. Por su parte, el mexicano Benito Juárez, el Benemérito de las Américas,
nos recordaba en su célebre frase que “El respeto al derecho ajeno es la paz”.
La sociedad requiere sustentarse en principios y
valores, de las cuales surgen normas de convivencia que permiten orientar y
regular la conducta de los miembros de esa sociedad en reciproco beneficio de
todos y cada uno de ellos, condición indispensable para vivir en una sociedad
en paz.
23 de Febrero de 2016.
Miguel A. Terán
Psicología, filosofía y coaching.
Twitter: @MiguelATeranO
Nota: imagen extraída de la web
Referencias: Tomadas de Wikipedia + RAE
(Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
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