La complejidad de esta reflexión
consiste en definir qué es normal y, por diferencia, qué es anormal. La
definición más clásica de normalidad es expresada como aquello que sirve de
norma, modelo o regla, mientras que lo que se halle fuera o se desvíe de esa
norma, modelo o regla es definido como anormal. Entonces, la conducta normal
consiste en acciones socialmente aprobadas, con características y diferencias
particulares de cada sociedad.
Es válido aclarar que cada
sociedad puede tener unos particulares valores, lo que si son universales son
los principios (Lectura de referencia: ¿Liderazgo
de Principios o de Valores?). El entorno en el cual aplica la norma puede
ser familiar, de pareja, organizacional o laboral, político, académico, de amistad, religioso, deportivo o social, pero todos se enmarcan
dentro de una norma general de la sociedad a la que pertenecemos, la cual fue
escogida por consenso entre sus miembros o ha sido resultado de la evolución,
de adaptaciones, cambios y ajustes aceptados por la sociedad en el tiempo.
En otras palabras, todo aquello
que ha de observarse y cumplirse por estar convenido en una sociedad o grupo
social se considera una norma. La norma
establece el patrón o la llamada “regla de juego” que nos permite orientar o
guiar nuestro comportamiento como
miembros una particular sociedad, al
momento de ejecutar decisiones y acciones. En sociedades y culturas sanas, las
conductas se hacen incomprensibles y penalizadas fuera del ámbito de la normalidad. Por supuesto,
que siempre podrían quedar muchas dudas acerca del criterio que se utilizó para
definir lo normal.
Pero más allá de lo complejo que
es definir la normalidad, podemos concluir que las normas y valores de una
cultural social son quienes definen lo que es o no normal. En otras palabras,
si deseamos ser parte de una comunidad o sociedad en particular, debemos asumir
y respetar sus normas. Ello no significa que las normas permanezcan estáticas en
el tiempo, porque irán cambiando paulatinamente, en la medida que la sociedad
considere necesario el cambio y las nuevas normas sean aceptadas por la mayoría
de los miembros de la sociedad.
Entonces, la cultura de una sociedad tiene sus normas
basadas en sus valores. Es un hecho que los valores son apreciados de manera
distinta por cada sociedad y éstos permiten que los miembros de una particular
sociedad puedan interactuar de manera balanceada y equilibrada, para lograr una
convivencia armónica.
Algunas veces luchamos por cambiar lo anormal de ahora
por lo normal de antes, aunque valdría la pena preguntarnos si lo de antes era de
verdad normal o ya nos habíamos acostumbrado a lo anormal. Al fin y al
cabo, somos animales de costumbre. Sin embargo, en estos tiempos, muchas cosas
anormales han ido mutando hacia “normales”, sin el consentimiento formal de la
sociedad, pero si con su indiferencia y la costumbre del hábito, por tanto hemos venido convirtiéndonos
en sociedades donde “La anormalidad es la nueva normalidad”.
El problema consiste en que
algunos procesos evolucionan –o involucionan- más rápido que nuestra capacidad
como seres humanos para poder aceptar y convivir con esos cambios y sus
consecuencias, mientras que el sistema social –en general- corre el riesgo de caer en
la entropía o desorden, donde cada quien ponga o imponga su propia norma.
Cuando se pierden los puntos de
referencia culturales y sociales, que significan valores y normas, se hace difícil
orientar y regular las conductas de los miembros de la sociedad, especialmente
a los más jóvenes a cerca de lo que es bueno o no, acerca de lo permitido o
no. Luego de transcurrido un tiempo en
esa anarquía y desorden, volver a la normalidad, que representa la
aceptación de la norma, es un proceso largo, desgastante en tiempo y esfuerzo, y
generalmente doloroso, que con seguridad requerirá y exigirá el establecimiento e
implantación de nuevas normas.
Las estadísticas y leyes toman como referencia la norma
cultural y social para establecer lo que es normal o no, permitido o no. Las
leyes castigan las conductas inadaptadas, fuera de la norma. Los principios, que como referimos
anteriormente, son normas de carácter
general y de aplicación más universal para orientar la acción de los seres
humanos, son mejor referencia y guía que los mismos valores y normas, porque
estos últimos cambian o varían de acuerdo a cada sociedad.
En todo caso, bajo los principios o las normas, cuando
comenzamos a ver los desvíos como normales, hasta el punto de convertir en
normalidad la anormalidad, debemos hacer una revisión profunda a nuestros
valores como individuos y sociedad, para realizar -a tiempo- los ajustes y correcciones a que haya lugar, evitando males mayores. Las palabras del
Emperador Romano Marco Aurelio, nos recuerdan, que “Lo que no es útil para la
colmena, no es útil para la abeja”.
Miguel
A. Terán
Psicología, Filosofía y Coaching.
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Nota:
imagen extraída de la web
Referencias:
Tomadas de Wikipedia + RAE (Diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española
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