La errónea costumbre de comparar.
Miguel A. Terán
Comencemos por aclarar que para comparar debemos
tomar una ubicación, un punto de vista, de referencia o
perspectiva, desde el cual observamos, evaluamos y comparamos. Entonces, las
comparaciones siempre serán incompletas, sesgadas y hasta desvirtuadas, porque
dependen de muchos aspectos y con seguridad solo conocemos y consideraremos
unos pocos.
Por ejemplo, cuando establecemos comparaciones
entre países, para hacerlas justas, deberíamos tomar diferencias históricas,
culturales, condiciones geográficas, recursos, y mucho más, lo cual haría
imposible la comparación. Cada sociedad tiene su propia y particular historia,
a través de la cual se han moldeado patrones de actitudes y conducta de
sus gentes.
Desde no sé en qué momento se ha pretendido establecer
comparaciones, pero para ello primero debieron definirse los patrones de
comparación, que con seguridad no hacen justicia a todos, fueron más parte de
quienes los establecieron. “Un martillo será considerado como muy bueno al
martillar, pero será pésimamente evaluado si pretendiera utilizarlo como
destornillador”.
En un mundo de comparaciones, nos hemos vuelto
cada vez más competitivos y capaces de llevar ese espíritu a cualquier plano de
nuestras vidas. “Es asombroso que la Humanidad todavía no sepa vivir en paz,
que palabras como 'competitividad' sean las que mandan frente a palabras como
'convivencia”, expresaba el escritor, humanista y economista español José Luis
Sampedro.
Uno de los versos del poema Desiderata del
estadounidense Max Ehrmann, dice: “Si te comparas con los demás, te volverás
vano y amargado pues siempre habrá personas más grandes y más pequeñas que tú”. Hasta al comparar manzanas con manzanas y peras con peras, cuando estamos de compras, lo hacemos solo desde la impresión visual; pero luego, en casa podremos verificar la realidad, expresada su sabor, textura y darnos cuenta -con frustración- que tal vez se deterioran o pudren muy rápido. Entonces, la comparación inicial fue incorrecta, porque había muchos otros aspectos no verificables en ese momento.
Por su parte, afirmaba el escritor francés y
Premio Nobel de Literatura (1947) André Gide que “Si de verdad quieres ser
feliz, no caigas en la tentación de comparar este momento con otros momentos
del pasado, que a su vez no supiste disfrutar porque los comparabas con los
momentos que habían de llegar”, esa espera y comparación de lo que nos falta o
de lo que está por venir impide que disfrutemos lo que tenemos y el ahora.
En similar orden de ideas, el literato inglés
Samuel Johnson, conocido como el Dr. Johnson, planteaba que “Nuestros
deseos siempre se aumentan con nuestras posesiones. El conocimiento de que hay
algo todavía que nos pueda satisfacer, no se puede comparar con el gozo de las
cosas que tenemos por delante”.
"Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa
para la paz. La gente educa para la competencia, y la competencia es el
principio de cualquier guerra”, expresa Pablo Lipnisky, educador argentino,
fundador del Colegio Montessori de Bogotá. Tanto la palabra competencia
como la palabra competitividad, tienen raíces en la rivalidad, disputa o
contienda entre las partes.
La comparación nos lleva a la tóxica crítica.
Acostumbramos a criticar conductas y hechos, pero somos tan simples, que no
criticamos las ideas que subyacen a esas conductas o hechos. Por ello, actuamos
más como criticones que como críticos. Refería Jules Renard el escritor y
dramaturgo francés “Nuestra crítica consiste en reprochar a los demás el no
tener las cualidades que nosotros creemos tener”. El experto en artes
marciales, filósofo, innovador y pensador de su arte, Bruce Lee, afirmaba
que “La realidad se hace evidente cuando dejamos de comparar”.
Es necesario y prudente evitar cualquier
comparación que nos llene de envidia, porque las comparaciones deben ser para
avanzar no para estancarnos ni retroceder. Lo razonable es compararnos,
primeramente, con la mejor versión que podemos lograr de nosotros mismos. Luego
de manera honesta revisemos nuestras fortalezas y áreas de oportunidad de
mejora, para procurar superarnos, hasta un límite donde disfrutemos de esos
logros. Ello no significa que no tengamos un modelo para compararnos y aspirar
a igualarlo; pero, nuestro éxito dependerá de la buena escogencia de un
modelo. No hace sentido compararnos con otros que posiblemente tiene condiciones distintas a las nuestras, mejores o peores, porque no seria un buen punto de comparación. Comparemos con nosotros mismos, con quien fuimos y con quien estamos siendo.
Disfrutemos y valoremos nuestras diferencias y
nuestros aportes, no hay porque ser iguales al resto del rebaño. Concluimos
afirmando de manera contundente que nadie es perfecto, porque la perfección es
un trayecto, no un lugar de llegada. Respetar y comprender las diferencias es condición
indispensable para una convivencia en paz.
21 de Septiembre 2015.
Miguel A. Terán
Psicología, filosofía y coaching.
Blog: www.miguelterancoach.blogspot.com
Web Page: www.lidervoice.com
Twitter: @MiguelATeranO
Nota: imagen extraída de la web
Referencias: Tomadas de Wikipedia + RAE
(Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
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