domingo, 20 de septiembre de 2015

La errónea costumbre de comparar. Miguel A. Terán

La errónea costumbre de comparar.
Miguel A. Terán

Comencemos por aclarar que para comparar debemos tomar una ubicación,  un punto de vista, de referencia  o perspectiva, desde el cual observamos, evaluamos y comparamos. Entonces, las comparaciones siempre serán incompletas, sesgadas y hasta desvirtuadas, porque dependen de muchos aspectos y con seguridad solo conocemos y consideraremos unos pocos. 

Por ejemplo, cuando establecemos comparaciones entre países, para hacerlas justas, deberíamos tomar diferencias históricas, culturales, condiciones geográficas, recursos, y mucho más, lo cual haría imposible la comparación. Cada sociedad tiene su propia y particular historia, a través de la cual  se han moldeado patrones de actitudes y conducta de sus gentes.   

Desde no sé en qué momento se ha pretendido establecer comparaciones, pero para ello primero debieron definirse los patrones de comparación, que con seguridad no hacen justicia a todos, fueron más parte de quienes los establecieron. “Un martillo será considerado como muy bueno al martillar, pero será pésimamente evaluado si pretendiera utilizarlo como destornillador”. 

En un mundo de comparaciones, nos hemos vuelto cada vez más competitivos y capaces de llevar ese espíritu a cualquier plano de nuestras vidas. “Es asombroso que la Humanidad todavía no sepa vivir en paz, que palabras como 'competitividad' sean las que mandan frente a palabras como 'convivencia”, expresaba el escritor, humanista y economista español José Luis Sampedro. 

Uno de los versos del poema Desiderata del estadounidense Max Ehrmann, dice: “Si te comparas con los demás, te volverás vano y amargado pues siempre habrá personas más grandes y más pequeñas que tú”. Hasta al comparar manzanas con manzanas y peras con peras, cuando estamos de compras, lo hacemos solo desde la impresión visual; pero luego, en casa podremos verificar la realidad, expresada su sabor, textura  y darnos cuenta -con frustración- que tal vez se deterioran o pudren muy rápido. Entonces, la comparación inicial fue incorrecta, porque había muchos otros aspectos no verificables en ese momento.

Por su parte, afirmaba el escritor francés y Premio Nobel de Literatura (1947) André Gide que “Si de verdad quieres ser feliz, no caigas en la tentación de comparar este momento con otros momentos del pasado, que a su vez no supiste disfrutar porque los comparabas con los momentos que habían de llegar”, esa espera y comparación de lo que nos falta o de lo que está por venir impide que disfrutemos lo que tenemos y el ahora. 

En similar orden de ideas, el literato inglés Samuel Johnson, conocido como el Dr.  Johnson, planteaba que “Nuestros deseos siempre se aumentan con nuestras posesiones. El conocimiento de que hay algo todavía que nos pueda satisfacer, no se puede comparar con el gozo de las cosas que tenemos por delante”. 

"Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz. La gente educa para la competencia, y la competencia es el principio de cualquier guerra”, expresa Pablo Lipnisky, educador argentino,  fundador del Colegio Montessori de Bogotá. Tanto la palabra competencia como la palabra competitividad, tienen raíces en la rivalidad, disputa o contienda entre las partes. 

La comparación nos lleva a la tóxica crítica. Acostumbramos a criticar conductas y hechos, pero somos tan simples, que no criticamos las ideas que subyacen a esas conductas o hechos. Por ello, actuamos más como criticones que como críticos. Refería Jules Renard el escritor y dramaturgo francés “Nuestra crítica consiste en reprochar a los demás el no tener las cualidades que nosotros creemos tener”.  El experto en artes marciales, filósofo, innovador y pensador de su arte, Bruce Lee, afirmaba que  “La realidad se hace evidente cuando dejamos de comparar”. 

Es necesario y prudente evitar cualquier comparación que nos llene de envidia, porque las comparaciones deben ser para avanzar no para estancarnos ni retroceder. Lo razonable es compararnos, primeramente, con la mejor versión que podemos lograr de nosotros mismos. Luego de manera honesta revisemos nuestras fortalezas y áreas de oportunidad de mejora, para procurar superarnos, hasta un límite donde disfrutemos de esos logros. Ello no significa que no tengamos un modelo para compararnos y aspirar a igualarlo; pero, nuestro  éxito dependerá de la buena escogencia de un modelo. No hace sentido compararnos con otros que posiblemente tiene condiciones distintas a las nuestras, mejores o peores, porque no seria un buen punto de comparación. Comparemos con nosotros mismos, con quien fuimos y con quien estamos siendo. 
 
Disfrutemos y valoremos nuestras diferencias y nuestros aportes, no hay porque ser iguales al resto del rebaño. Concluimos afirmando de manera contundente que nadie es perfecto, porque la perfección es un trayecto, no un lugar de llegada. Respetar y comprender las diferencias es condición indispensable para una convivencia en paz.

21 de Septiembre 2015.

Miguel A. Terán
Psicología, filosofía y coaching.

Web Page: www.lidervoice.com
Twitter: @MiguelATeranO
Nota: imagen extraída de la web
Referencias: Tomadas de Wikipedia + RAE (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española


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