La preocupación por nuestra imagen ¿Cuál? ¿La real
o la aparente?
Miguel A. Terán
Vivimos en “Un mundo que recompensa las
apariencias de mérito antes que al mérito mismo”, tal cual lo expresaba el
escritor francés François de La Rochefoucauld. Esa presión social nos lleva a
caer en el error de preocuparnos solo por nuestra imagen exterior, olvidando
nutrirnos y crecer internamente. De allí surge una peligrosa brecha entre lo
que somos y lo que aparentamos ser. Tal vez, con toda razón, decimos que las
apariencias engañan, por lo cual es sano evitar juzgar solo en base a lo que
vemos. Otro muy común refrán nos recuerda, para nuestra cautela, “Caras
vemos corazones no sabemos”.
En un tono, quizá sarcástico, el poeta, novelista
y cineasta francés, Jean Cocteau decía que “Los espejos deberían pensárselo dos
veces antes de devolver una imagen”. Es un hecho que la mayor parte de los
sentimientos, razones y emociones están ocultas a la vista, por ello solo vemos
apariencias. Quizá con razón, Anthony De Mello, el brillante sacerdote jesuita
y psicoterapeuta hindú planteaba: “¿En qué crees que gasta su vida la mayoría
de la gente? ¡En impresionar a los otros!”.
En una frase célebre que con diferentes palabras
ha sido expresada por varios pensadores, el escritor, cantautor, poeta y
filósofo argentino Facundo Cabral, recomendaba: «Escapa de los que compran lo
que no necesitan, con dinero que no tienen, para agradar a gente que no vale la
pena».
Paradójica y tristemente, el envoltorio, cada vez
ha venido tomando más importancia que el contenido del regalo. “Pocos ven lo
que somos, pero todos ven lo que aparentamos”, afirmaba el historiador,
político y teórico italiano Nicolás Maquiavelo. En esta época, cada vez
más, lo superficial o cosmético ha venido hurtando espacios y tiempos a
lo real, verdadero y profundo, construyendo individuos de sentimientos efímeros
y compromisos volátiles o inconstantes.
Podemos concluir que existen dos tipos de
calificación para clasificar el valor: valor real y valor aparente; lo ideal es
que ambos estén alineados y que uno sea reflejo del otro. En la práctica, ocurre
que podemos encontrar individuos con valor aparente, sin nada o poco valor
real; pero también encontramos otros con valor real, sin nada o poco valor
aparente. Los primeros convencen para luego decepcionar; mientras los segundos,
decepcionan para luego convencer. Esa confusión, sucede por la ligereza con la
que etiquetamos a la gente basados en la primera impresión; por ello, amamos u
odiamos, basados en nuestras creencias y paradigmas, para en oportunidades
vivir o sufrir las consecuencias de nuestro error de apreciación ligera.
Parafraseando a Jean Baptiste Alphonse Karr el
crítico, periodista y novelista francés, somos una mezcla entre lo que creemos
ser, lo que aparentamos ser, y lo que realmente somos. Muchas veces los
primeros engañados somos nosotros mismos al terminar convenciéndonos de ser
algo distinto a lo que realmente somos. El mismo escritor francés François de
La Rochefoucauld, antes mencionado, afirmaba “Estamos tan acostumbrados a
disfrazarnos para los demás, que al final nos disfrazamos para nosotros
mismos”.
Es necesario cuidarse de individuos que tienen
solo valor aparente, evitando convertirse en presa fácil y víctima de las
apariencias externas, para lograrlo debemos ser agudos observadores.
“Somos engañados por la apariencia de la verdad”, nos recordaba
Quinto Horacio, el poeta romano. “Hay mucha gente en el mundo, pero todavía hay
más rostros, pues cada uno tiene varios”, expresaba el escritor austríaco Rainer María Rilke. Una falsa imagen –sin
duda alguna- estará cargada falsos intereses.
El reto es ocuparnos de cultivar nuestro interior
para ser individuos reales, con sustancia, educación, conocimiento, cultura y
formación, pero sobre todo de firmes y profundos valores. Sin embargo, debemos
también ocuparnos de cuidar nuestro aspecto exterior, para evitar que una
imagen inadecuada impida que alcancemos merecidas oportunidades para demostrar
nuestro real valor y brindar nuestro mejor aporte. El Quijote de la Mancha,
personaje principal de la obra del escritor español Miguel de Cervantes,
recomendaba a su ayudante Sancho: “No andes, Sancho, desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da
indicios de ánimo desmalazado”, esta última palabra significa, desdichado,
flojo o abatido.
Para concluir tengamos presente que una cosa es
cuidar nuestra imagen, y otra muy distinta es vivir por y para nuestra imagen.
Las palabras y acciones, más temprano que tarde, ratificaran la imagen real de
la gente. Es importante llevar una vida auténtica, sin antifaces, para poder
vivir en paz. Recordemos al pensador hindú Mahatma Gandhi quien afirmaba que
“La felicidad se alcanza cuando lo que pensamos, lo que decimos y lo que
hacemos está en perfecta armonía”.
Agosto 31, 2015.
Miguel A. Terán
Psicología, filosofía y coaching.
Blog: www. miguelterancoach.blogspot.com
Twitter: @MiguelATeranO
Nota: imagen extraída de la web
Referencias: Tomadas de Wikipedia + RAE
(Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española).
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