jueves, 16 de julio de 2015

Reaccionamos o razonamos. Miguel A. Terán

Reaccionamos o razonamos.
Miguel A. Terán

Tenemos la opción de responder frente a un estímulo, reaccionando o razonando.  En la reacción estaremos bajo la dirección e influencia de la emocionalidad; por tanto,  es superficial, espontánea y condicionada por nuestra particular experiencia, creencias y paradigmas. La razón, por su parte, es una respuesta más profunda, considera argumentos, a favor o en contra, de las alternativas u opciones existentes. 
Reaccionamos de manera automática o en extremo bajo una supuesta “evaluación”, en la cual ya tenemos la respuesta previamente escogida, bajo argumentos emocionales. Un autor anónimo refería que “Algunos llaman razonamiento a encontrar argumentos para seguir creyendo lo que creen”. Reaccionar es una conducta que podemos considerar irresponsable, porque la ejecutamos sin conocer sus consecuencias.
Las reacciones generalmente son peligrosas, porque no conllevan una evaluación de esas consecuencias, a corto, mediano ni largo plazo. Muchas reacciones representan solo un momento en nuestro tiempo de vida, pero podemos cargar con sus consecuencias toda la vida. 
Las reacciones benefician más al depredador que a la víctima, porque ésta última  considera y analiza pocas variables antes de decidir, mientras el depredador las tiene casi todas calculadas.  Es normal que luego de la reacción, una vez transcurra la etapa de estrés o euforia, razonemos lo ocurrido. Sin embargo, en muchas oportunidades las decisiones y acciones tomadas, bajo influencia de las emociones,  como referimos líneas atrás representan un costo no siempre reversible. 
Por el contrario, cuando razonamos estaremos tomando el tiempo necesario para analizar la situación, evento o circunstancia, ordenando las diferentes variables, razones y elementos involucrados, midiendo las consecuencias para llegar a una conclusión y tomar una decisión. Como podemos observar la emocionalidad pierde protagonismo en la persona que razona. 
La racionalidad es el enemigo número uno, de quien pretende convencernos de algo, bajo los “argumentos” emocionales,  de las circunstancias o el momento. Quien fue un famoso y reconocido médico español, Premio Nobel de Medicina (1906), Santiago Ramón y Cajal, refería que   “Razonar y convencer, ¡qué difícil, largo y trabajoso! ¿Sugestionar? ¡Qué fácil, rápido y barato!”, triste verdad. Es un hecho que podemos ser víctimas de nuestras propias reacciones. 
También podemos reaccionar de manera negativa a un resultado que subjetivamente hemos juzgado y calificado como fracaso, perdiendo la oportunidad de obtener de éste el aprendizaje que la experiencia debería dejarnos. Reaccionar tiene un costo, porque una buena parte de las veces nos arrepentimos de la reacción y de sus consecuencias; sin embargo,  el costo es mayor al desperdiciar el beneficio de la experiencia. 
Pero entre reacciones, razonamientos y acciones pueden darse procesos de reflexión,  aprendizaje, cambio o transformación. Hasta en nuestro organismo existen respuestas inmunes primarias, que crean anticuerpos; por lo cual, más adelante ante similar condición el cuerpo tiene respuestas inmunitarias, denominadas secundarias.   Ambas respuestas son, cualitativa y cuantitativamente, diferentes. En otras palabras, cuando quedamos inmunizados con la experiencia, en una nueva oportunidad podemos hacer las cosas diferentes y con mejores resultados.   
Pero como todos los extremos son malos, es válido referir la frase celebre del novelista francés Remy de Gourmont, quien afirmaba que “La lógica es buena para razonar, pero mala para vivir”. Parece cierto que razonar todo, al extremo, puede convertirnos en personas frías, calculadoras y poco o nada sensibles, con lo cual perdemos rasgos importantes de nuestra humanidad.

Julio 17, 2015. 

Miguel A. Terán
Psicología, filosofía y coaching.

Twitter: @MiguelATeranO
Nota: imagen extraída de la web
Referencias: Tomadas de Wikipedia + RAE (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española).


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