La frase de hoy generalmente ha sido utilizada
refiriéndose a la búsqueda del Príncipe Azul, aquel individuo de cuentos e
historias. La versión que siempre leímos y escuchamos, hacía referencia solo al
género masculino, pero ello no significa que muchos caballeros no luchen
buscando a la Princesa Rosa.
Desgraciadamente, a la hora de idealizar, muchos
individuos acostumbran a idealizar lo que sea; parece una necesidad tener un
ídolo, aunque tenga “pies de barro”. Nos dejamos impresionar y hasta cegar
fácilmente, por lo que vemos o escuchamos, desvirtuando los hechos reales y
cambiando de opinión, con análisis simples y poco profundos de
circunstancias, eventos, cosas y personas. Al respecto, el escritor, poeta y filósofo alemán
Georg Philipp Friedrich “Novalis” nos recomendaba: “Cuando veas un gigante
examina antes la posición del sol, no vaya a ser la sombra de un pigmeo”.
Cuando idealizamos, ponemos a alguien o algo sobre
la realidad, para luego crearnos expectativas que justificaremos de cualquier
manera. Idealizamos momentos, cosas o personas, llegando a
–literalmente- vendarnos la mente y hasta el corazón, por lo cual nuestros ojos
solo verán y los oídos solo escucharán lo que queremos ver o escuchar de
ese momento, objeto o persona idealizada.
Es un hecho que existen individuos que se
desgastan tratando de ser –o mejor dicho- parecer perfectos, para que los
idealicen, sin comprender que ese individuo idealizado, convertirá al individuo
original en un prisionero de su falsa imagen, en un príncipe desteñido
internamente.
Muchos fracasos y frustraciones, crecen y
evolucionan, detrás la figura de un ídolo. También enfermedades de origen
emocional, psicológico y físico tiene su origen en los antifaces y disfraces
que algunos individuos cargan durante años, dejando de ser auténticos y
reprimiendo sueños y deseos.
Con el tiempo todo cae por su propio peso y
simplemente habremos dejado de vivir, nos desteñimos, y la vida se nos fue
actuando, pero finalmente -como en todo espectáculo- bajará el telón y, tal vez
-en este caso- sin aplausos. Tengamos presente las palabras del ex presidente
estadounidense Abraham Lincoln, cuando dijo “Puedes engañar a todo el
mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes
engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
Un autor anónimo agregó a la frase de Lincoln: “Y
tampoco podrás engañarte a ti mismo todo el tiempo”. La realidad es que por más
que lo intentemos, no podremos –finalmente- engañar a la persona que vemos en
el espejo todas las mañanas. El gran poeta chileno Pablo Neruda, expresó
magistralmente ese enfrentamiento con la realidad diciendo: "Algún día en
cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti
mismo, y ésa, solo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”.
Las palabras de un autor anónimo, parecen ciertas
cuando afirmó que “La ignorancia es madre de la admiración”. Es común admirar de manera
incompleta, solo basados en historias tergiversadas, sesgadas o simplemente
manipuladas. El crítico literario y escritor francés Charles Augustin
Sainte-Beuve, expresaba “Dime quién te admira y te diré lo que eres”. Quien se rodea de
individuos ignorantes, fácilmente manipulables, definitivamente será admirado
por esos individuos, pero deberá mantenerlos en la ignorancia para conservar
esa admiración.
Para concluir, también es cierto que en
innumerables oportunidades llega a la vida de alguien el esperado Príncipe Azul
o Princesa Rosa, pero ese alguien es tan exigente, que no les gusta el tono del
azul o del rosa, porque es muy claro o muy oscuro. Y así pasan la vida buscando
la pareja perfecta, sin reconocer que ellos tampoco son perfectos.
La Historia de Nasrudín en “Búsqueda de la Pareja
Perfecta”.
Un personaje de los mitos de la tradición popular
sufí, refleja muy bien esta búsqueda.
- Se cuenta que un día Nasrudín conversaba con un
amigo.
- “Entonces”, le decía el amigo, “¿Nunca
pensaste en casarte?”
- “Si pensé” —respondió Nasrudín— “En mi juventud
resolví buscar a la mujer perfecta, con el cuerpo perfecto, la cara perfecta,
la sabiduría perfecta”.
“Crucé el desierto, llegué a Damasco, y conocí a
una mujer muy linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo”.
“Continué viajando, y fui a Isfahan; allí encontré
una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no me
parecía bella su mirada”.
“Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en
la casa de una moza muy bonita, sabia, y conocedora de la realidad material”.
- “Y… ¿por qué no te casaste con ella?”, preguntó
el amigo.
- “Ah, ¡compañero mío!” –respondió Nasrudín,
“Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto”.
Miguel A. Terán
Psicología, Filosofía y Coaching
Psicología, Filosofía y Coaching
Twitter: @MiguelATeranO
Nota: imagen extraída de la web
Referencias: Tomadas de
Wikipedia.
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