Artículo publicado en Los Tiempos Newspaper - Miami, Florida USA
Miguel A. Terán
Psicología, Filosofía y Coaching
www.miguelterancoach.blogspot.com
Los padres de
estos tiempos y, quizá, desde algunas décadas atrás, hemos estado viviendo la
vida a toda prisa, llena de compromisos y obligaciones, más enfocados en el
futuro y lo que vendrá, mientras perdemos el vital contacto con el presente.
La verdad es que el tiempo con nuestros hijos pasa más rápido de lo que suponemos, pero desgraciadamente nos damos cuenta cuando ya es algo tarde. De repente un día los vemos abrir la puerta y salir en busca de su propia vida.
Es cierto que
no es fácil nadar entre dos corrientes, una para cubrirles sus necesidades y
otra para poder disfrutar con ellos. Sin duda, que el epicentro del
problema parece ubicarse en los progenitores, quienes, preocupados y ocupados por
los temas económicos para cubrir las necesidades de vivienda, alimentación,
seguridad, salud, educación y otras, junto a las angustias por las
incertidumbres del futuro, descuidan su función de educadores y formadores de
sus hijos. Aquí la lucha debe ser con nosotros mismos, como
padres, para definir cuáles “necesidades” son reales, y cuáles son resultado de
la presión social que nos lleva a tratar de satisfacerlas.
Nos llenamos
de múltiples compromisos, muchos de éstos innecesarios, los cuales son
difíciles de priorizar, para dar un sano orden a nuestras actividades diarias. Stephen
Covey, el consultor y orador estadounidense planteaba “Tienes que decidir cuál
es tu máxima prioridad y tener el coraje de decir “no” a otras cosas”. Todo
lo valioso y duradero en la vida requiere tiempo para construirlo. Por ello,
cuando los padres pierden la equilibrada perspectiva de su rol y se dedican
solo al oficio de proveedores de bienes para su familia, abandonando o
descuidando las responsabilidades básicas del hogar, de pareja y de la crianza
de sus hijos, esa decisión traerá consecuencias nefastas para la familia, sus
integrantes y la sociedad en general.
Cambiar
nuestro estilo de crianza no es fácil. Porque es todo un reto aprender a
escucharlos atentamente, mirándolos a sus ojos y demostrando genuino interés en
la conversación; dejar a un lado todo lo que nos distraiga, especialmente
nuestro celular; acompañarlos al momento de alguna de sus comidas, al realizar
sus tareas escolares o antes de dormir.
Un especialista que escuché hace mucho tiempo refería la mentira de “Tiempo de Calidad”, porque a su entender los niños simplemente necesitaban tiempo. En algunas oportunidades, tal vez será tiempo de calidad y en otras será necesario simplemente la mayor cantidad de tiempo posible, depende de cada caso, momento y situación. Pero debemos ser presencia y no ausencia.
Parece realidad que hemos venido
perdiendo tiempos y espacios para nuestros hijos, pareja y descanso,
preocupados por temas económicos reales y ficticios. Y queda aquí,
visiblemente expuesta, una falla de la sociedad, al no tomar conciencia del proceso
de deterioro familiar, debido al desequilibrio trabajo-familia, cuyas
consecuencias repercuten –con mayor contundencia e impacto- no solo en la
familia, sino en la misma sociedad.
El escaso tiempo “disponible”
para la crianza de los hijos puede dejar en ellos profundos vacíos en afectos y
otras necesidades de orden psicológico, que podrían intentar llenarse en
lugares menos adecuados, entre amigos inadecuados o bajo la peligrosa tutela de
la televisión, internet y las redes sociales.
Es un hecho
que las relaciones no se construyen “Overnight” o de la noche a la mañana; por
ello, no es fácil pretender lograr una buena relación con nuestro hijo
adolescente cuando esa relación no fue cultivada ni abonada durante los años de
su infancia. Parafraseando al escritor italiano Leon Battista Alberti, el
mejor legado que podemos dejar a nuestros hijos es un poco de nuestro tiempo
cada día.
En un pasado, no muy lejano, los
niños disponían de mamá a tiempo completo, luego con la incorporación de la
mujer al campo de trabajo esa dedicación cambio. Siempre podemos hacer
dinero, pero no siempre podemos lograr recuerdos, refiere una sabia frase. Los
momentos pasan y son irrepetibles, en ese aspecto el tiempo no perdona.
En estos tiempos innumerables
padres consideran la crianza de los hijos como un proyecto, con vidas llena de
fines, objetivos, metas, estrategias, tácticas, planificación, presupuestos,
evaluación y mediciones, y por supuesto resultados. No hacerlo así,
significaría dejar el proyecto al azar, de hecho, las empresas y organizaciones
funcionan de manera planificada. El autor y especialista Carl
Honoré, afirma que cuando los adultos “secuestran la infancia” de sus hijos,
los niños ya no tienen tiempo para atender actividades básicas y vitales para
su desarrollo como seres humanos y seres sociales.
De manera tal, que la vida no es
ni debe ser un objetivo, ni mucho menos considerada o tratada como una empresa;
y si bien es cierto, que no debemos llevarla sin rumbo ni sentido, porque
parece razonable que tengamos algún horizonte, tampoco es válido que el
objetivo sea convertirla en un proyecto.
A la escuela
se le han venido delegando responsabilidades que no le pertenecen, ya que la
escuela siempre será un complemento, el lugar donde se forman nuestros hijos,
nunca el lugar donde los educamos, porque educar es una tarea del hogar.
Afirmaba el Santo Papa Juan Pablo II que “La familia es base de la sociedad y
el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían
durante toda su vida”.
Uno de los
riesgos de conducir la vida como un proyecto es vivir enfocados en el
futuro, mientras se nos escapa el presente. La clave parece ser retomar la
cercana relación con nuestros hijos como una fórmula para construir y
desarrollar familias sólidas, en principios y valores, que ayudarán a construir
una sociedad sólida y feliz.
Este artículo
fue escrito por el autor sin uso ni apoyo de Inteligencia Artificial (IA)