domingo, 20 de marzo de 2016

Nos preocupamos mucho por nuestro reflejo hacia afuera, pero muy poco por la calidad nuestra luz interior. Miguel A. Terán

Nos preocupamos mucho por nuestro reflejo hacia afuera, pero muy poco por la calidad nuestra luz interior.
Miguel A. Terán
Es importante tener presente que vivimos afuera, pero en realidad habitamos adentro. El “adentro” es lo que somos, el «afuera” es lo que reflejamos. En muchos individuos no existe correspondencia entre el «afuera» y el «adentro»; en otras palabras, parecen pero no son, aunque muchos de éstos están convencidos de su “autenticidad”.
   
Ese vivir enfocado hacia afuera nos impide ser y hacer lo que realmente quisiéramos ser y hacer, porque estamos más preocupados por satisfacer a quienes nos rodean o a los convencionalismos de la sociedad, que a nosotros mismos. 

Sin lugar a duda, existen muchas distorsiones que nos afectan o confunden y que son resultado de las creencias y paradigmas de la sociedad en la cual vivimos. En esa condición las decisiones no nos pertenecen, porque hemos perdido nuestra libertad interior, dejando de ser dueños de nosotros mismos. Sin darnos cuenta, somos cada vez menos individuos y más parte de un rebaño.  El poeta italiano Arturo Graf, fue contundente al decir: “Si no tienes la libertad interior, ¿qué otra libertad esperas poder tener?”.

 Perdemos la capacidad de criticarnos y nos disfrazamos para esconder nuestras fallas, en vez de corregirnos, hasta que nos adueñamos del disfraz o el disfraz se adueña de nosotros. Nos llenamos de inseguridades y miedos, perdemos los límites para nuestros deseos ante esas inseguridades y miedos, nos conformamos con menos de lo que podemos alcanzar. “Que tus decisiones sean un reflejo de tu esperanza no de tus miedos”, decía  Nelson Mandela, el político sudafricano y Premio Nobel de la Paz. 

Necesitamos mirar más hacia adentro, no solo hacia afuera. Al estar enfocados hacia lo externo es fácil hacernos víctimas  del pasado, solo criticando lo que hicimos o dejamos de hacer; pero también nos atrapan las angustias del futuro, lo que “debemos hacer” con todas sus incertidumbres. La atención a nuestro interior, por el contrario, nos enfoca en el presente. Expresaba San Agustín: “No vayas fuera, vuelve a ti mismo, porque en tú interior habita la verdad”. 

El reflejo externo también nos llena de apegos, por ello, el valor lo referimos a lo que hacemos o tenemos, pero nos cuesta valorar lo que somos. Como refirió el escritor irlandés Oscar Wilde “Hoy día la gente conoce el precio de todo y el valor de nada”. Igualmente, nos cuesta comprender que las satisfacciones internas son duraderas, mientras que las recompensas externas son efímeras, se evaporan rápidamente. “No vemos jamás las cosas tal cual son, las vemos tal cual somos”, reconocía Anaïs Nin, la escritora estadounidense. 

Y finalmente, podemos reconocer que el reflejo del ego es traicionero, porque nos lleva a brillar con una luz que no es propia.

21 de Marzo de 2016.

Miguel A. Terán
Psicología, filosofía y coaching.

Twitter: @MiguelATeranO
Nota: imagen extraída de la web
Referencias: Tomadas de Wikipedia + RAE (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.

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