Dejando de ser sensibles, dejamos de ser humanos.
Miguel A. Terán
La consecuencia al dejar de ser humanos es pasar
al extremo del mundo animal, viviendo y actuando basados en instintos,
reacciones e impulsos. Refiero “al extremo del mundo animal”, porque sin duda
que existen animales más humanos que algunas personas.
En esa preocupación por nuestra perdida de
humanidad, el filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset expresaba
que «Mientras el tigre no puede dejar de ser tigre, porque no puede
“Destigrarse”, las personas viven en riesgo permanente de deshumanizarse». No
obstante, aún movidos por sus instintos, nos sorprenden vídeos con actitudes de
humanidad en algunos animales salvajes.
La pérdida de sensibilidad humana es notoria en
nuestros días, por ello, muchos eventos y situaciones que nos asombraban,
indignaban y llevaban a actuar años atrás, hoy día los vemos como algo
“normal”, y callamos. Sin querer pecar de conservadores, podemos afirmar que una de
nuestras modernas tragedias es “La normalidad de la anormalidad”, que nos hace
perder los sanos y humanos límites. “Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano”, nos recordaba
el escritor y periodista británico George Orwell.
Debemos conservar nuestra sensibilidad no solo
como individuos, sino como miembros de una sociedad, condición indispensable
para que esa sociedad –a la cual pertenecemos- merezca definirse como una
sociedad de seres humanos. Para lograrlo se requiere que la sociedad procure
condiciones decentes de vida, desarrollo y oportunidades equitativas y justas
para todos sus integrantes. La equidad y la justicia serán realidad solo cuando
no haga falta la caridad. “La caridad comienza donde termina la
justicia”, afirmaba el sacerdote jesuita chileno San Alberto Hurtado.
El acceso a la salud, la educación, la vivienda,
el trabajo digno, la alimentación y la seguridad, entre otras, son
respuesta a esa conciencia social necesaria para que pueda haber paz entre
todos los miembros de una sociedad. En muchas sociedades podríamos considerar
esas condiciones –inclusive en su nivel más básico- como lujos, imposibles de
disfrutar por buena parte de la población.
“Si una sociedad libre no puede ayudar a sus
muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos”, expresó el ex
Presidente y político estadounidense John F. Kennedy. Es un hecho que el
auténtico y duradero progreso debe conllevar un beneficio general, para que sea
sustentable en el tiempo. El
Papa de la Iglesia Católica Juan XXIII, expresaba “Nada de lo que ocurra a las
personas nos debe resultar ajeno”.
La guerra es consecuencia de muchos intereses,
desequilibrios y desigualdades, pero es siempre una derrota para la humanidad,
tal cual lo afirmaba el Papa de la Iglesia Católica Juan Pablo II. Parece
un hecho lógico y humano, considerar que “Nadie es tan tonto como para desear
la guerra y no la paz; pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba,
en la guerra son los padres quienes llevan a los hijos a la tumba”, tal cual lo
expresó siglos atrás el historiador y geógrafo griego Heródoto de
Halicarnaso.
Tengamos presente que la diferencia entre un ser
vivo y un ser humano son sus rasgos de humanidad. Evitemos que nos consuman
solo los propios “problemas y dificultades”, pasadas, presentes y futuras,
reales, posibles o ficticias, logrando que perdamos el necesario contacto con
la realidad y el entorno, con los problemas comunes a todos, y con nuestra
condición de seres humanos y sociales.
16 de Marzo de 2016.
Miguel A. Terán
Psicología, filosofía y
coaching.
Twitter: @MiguelATeranO
Nota: imagen extraída de la web
Referencias: Tomadas de Wikipedia + RAE
(Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
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