Parece
paradójico, opuesto a lo que se puede pensar, pero es una realidad que en estos
tiempos hemos venido perdiendo espacios de real comunicación, transformándola
en algo artificial, aislado del sentido, contenido y del necesario contacto
para la efectiva y adecuada interacción entre seres humanos. El acto
de comunicar requiere que la información transmitida tenga algún efecto sobre
quien la recibe, modificando cuando menos su conocimiento sobre el tema y
pudiendo afectar o alterar los sentimientos, emociones, conductas o acciones
del receptor. Este proceso permite interpretaciones alineadas o no con la idea
de quien intenta comunicar.
La capacidad de asombro ante esta realidad también ha perdido sus límites,
ya en Internet ha sido mencionada la creación de una chaqueta para
dar abrazos vía web o sea abrazos virtuales. Muchos procesos humanos han
desvirtuado su esencia, pasando de contactos reales a virtuales,
transformándose en otra cosa y los resultados de este cambio se verán en el
tiempo.
Expresiones
tales como “La era de las comunicaciones” son incorrectas; tal vez “La era de
la Información” sea una definición más acertada. Estamos llenos, mejor dicho
sobre saturados, de datos e información, pero mucha de esa data e
información requiere profundizarla, analizarla y evaluarla,
de lo contrario difícilmente llegue a convertirse en algo que nos comunique.
Por ello, podemos afirmar que navegamos en un mar de datos e información y nos
ahogamos en la ignorancia del desconocimiento.
El tiempo que
debió habernos cedido o ahorrado la tecnología, esa misma tecnología ofrece
múltiples alternativas para nuevamente quitárnoslo. Hemos perdido espacios de
reflexión, meditación y conversación interna, de contacto y compartir en un
mundo real, de sueños e inclusive de descanso y afecto.
Son cosa del
pasado, las conversaciones familiares diarias en la mesa al momento de las
comidas, las conversaciones con nuestros padres o amigos en el camino al
colegio, las historias contadas por nuestros abuelos, los juegos de niños con
nuestros amiguitos de la cuadra, todas esas y otras más ejercieron un
importante rol en la formación y consolidación de nuestras
creencias, valores y cultura.
Hoy día la
televisión, internet, los teléfonos inteligentes y toda clase de juegos y equipos
electrónicos, nos ensordecen, enmudecen, aíslan e insensibilizan; mientras los
dedos al chatear, sustituyen nuestros –ahora enmudecidos- labios,
porque es una realidad que cada vez hablamos menos y escribimos más.
Nuestro
lenguaje escrito se reduce y se atrofia al llenarse de recortes, para expresar
en reducido espacio y tiempo lo que deseamos decir. Las opciones de
interpretación, en espacios reducidos, por ejemplo a 140 caracteres, brindan
toda la gama de opciones para desvirtuar, tergiversar o distorsionar el mensaje
recibido, perdiéndose la idea original.
Dedicarnos a
enviar innumerables mensajes de textos y tomar infinita cantidad de
fotografías, nos quita o disminuye el placer de lo que realmente estamos
haciendo, al pasarlo a un segundo plano. Una vida sobrecargada de actividades,
que se solapan, entre las cuales hay unos cuantos electrónicos inmiscuidos, en
acción simultánea, música, chat, video, fotografías, teléfono, tabletas,
computadora, etcétera, que desenfocan el disfrute y el placer, convirtiéndonos
en seres insaciables en busca de algo más, resultado de no disfrutar de nada.
Es común ver
una mesa de un restaurante donde todos están en “modo chat”, o sea ausentes o
distraídos del lugar, presentes en cuerpo, pero alejados en lo demás. Ensimismados
en sus equipos electrónicos y refiriendo –en vivo y directo- a través de sus
chats y redes sociales, fotografías, post y tweets, múltiples
detalles de su actividad, mientras a ellos mismos se les escapa el momento.
Triste
realidad, nos acercamos a los lejanos y no alejamos de los cercanos, esa es la
paradoja de la tecnología. Aunque, a decir verdad, la pérdida real
es con los cercanos, porque los lejanos de todas maneras están lejos, no se
pueden abrazar de verdad, ni sentirlos a nuestro lado. Para abrazarlos,
sentirlos y olerlos, debemos acercarnos y en persona, no en lo virtual.
Mientras todo ese embrujo tecnológico ocurre, el momento con los cercanos se ha
esfumado o desvanecido, quedando solo la fotografía, pero no así el momento
ni el recuerdo.
La tecnología
parece ser un buen sirviente pero un terrible amo, si le permitimos nos convertirá
en sus esclavos. El reto es rescatar la verdadera comunicación, el contacto
personal, porque ésta ha sido la diferencia entre humanidad y la animalidad.
Miguel A. Terán
Twitter:
@MiguelATeranO
Foto
ilustrativa extraída de la Web.
Nota del
autor del Blog: Vivir en
un mundo mejor solo podemos lograrlo compartiendo –con los demás- nuestra
riqueza, sea esta material, cultural o espiritual. En el caso de compartir
lecturas, nunca sabemos cuándo unas sencillas palabras pueden hacer
y ser la diferencia en la vida de alguien, al motivar cambios que le lleven a
un nuevo destino. Por ello, la invitación es a compartir esta reflexión en: www.miguelterancoach.blogspot.com. Recordemos la frase de Isaac Bashevis
Singer, Premio Nobel de Literatura (1978): “El conocimiento nos hace
responsables”
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