lunes, 12 de octubre de 2015

En un mundo de depredadores, debemos prepararnos para no ser presa fácil. Miguel A. Terán

En un mundo de depredadores, debemos prepararnos para no ser presa fácil.
Miguel A. Terán

Utilizar la palabra depredación suena fuerte y –quizá- ruda cuando la sacamos del contexto biológico y pretendemos darle uso y significado en el contexto o entorno social. Pero –tristemente- es realidad que el acto de depredar se da no solo como una interacción natural biológica, sino también como parte de la interacción social. 
Por supuesto, que el proceso de “cacería” en entornos no biológicos no se produce en términos tan rudos, por lo menos en el aspecto físico. Aunque si conllevan severa rudeza en términos psicológicos y emocionales, además de muchos otros elementos de manipulación y engaño. 
Pero es absoluta verdad que en cualquier combinación de especies –depredador/presa- el  primero de éstos tiene dificultad para lograr su objetivo, cuando su posible o potencial víctima o presa cuenta o dispone de algunas defensas que lo protegen; es por ello, que los menos evolucionados, más débiles  y menos protegidos son fácil víctima. 
Especies de algunas maneras superiores pueden convertirse en depredadoras dentro de un nuevo territorio y –literalmente- acabar con  las especies autóctonas, deteriorando a la vez el equilibrio del ecosistema. En lo humano, muchos procesos migratorios ocurridos en diversos lugares a lo largo del tiempo, han sido positivos, pero otros no tanto, especialmente cuando han llegado en forma de procesos de conquista y posterior colonización.    
En los animales la depredación tiene una función biológica dirigida a conservar el equilibrio del ecosistema. En los individuos y sociedades, por lo contrario, la depredación acaba con el ecosistema humano y social, al crear desequilibrios que se van profundizando en el tiempo y que logran colapsar sociedades. 
En el caso humano, no existen mecanismos de protección biológicos, como en los animales; los mecanismos de protección humanos están más relacionados con el nivel de cultura, la formación y la conciencia de cada individuo. Es por ello, que tanto la ignorancia, como esa falta de conciencia y la –correspondiente- emocionalidad que resulta de éstas, constituyen las principales debilidades de la potencial presa o víctima, y a la vez las  principales oportunidades del depredador. 
El depredador, tanto en el mundo biológico como en el humano y social, puede disfrazarse o mimetizarse, para lograr un camuflaje y pasar desapercibido, dando una imagen diferente a la real y cercana a la imagen de su potencial víctima. En el mundo humano y social, es fácil ser engañado por alguien que se nos parece e inclusive, por alguien, que podría tener un perfil de inspiración para nosotros. 
El depredador puede estar oculto en “una cultura progresista, consumista, materialista, hedonista, carente de sentido, con exceso de estímulos sensoriales y con un desprecio por la práctica de los valores tradicionales”, refiere el psicólogo y filósofo venezolano Dr. Manuel Barroso, en su libro Conciencia. 
Pero al final de la obra de la vida, lo paradójico es que toda especie e individuo son víctimas y a la vez depredadores. El hombre es reconocido como el principal depredador de la naturaleza, pero terminamos siendo víctimas de nuestra propia actitud y conducta. 
Educarnos y concientizarnos, para salir de la ignorancia propia del depredador y de la presa, haciendo de nosotros verdaderos seres humanos, puede ser la diferencia para eliminar algún día la actividad depredadora entre los propios seres humanos,  acabando así con una conducta que nos descalifica como seres humanos y nos coloca más cercanos al mundo animal.

13 de Octubre de 2015.

Miguel A. Terán
Psicología, filosofía y coaching.

Twitter: @MiguelATeranO
Nota: imagen extraída de la web
Referencias: Tomadas de Wikipedia + RAE (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.


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