En un mundo de depredadores, debemos prepararnos
para no ser presa fácil.
Miguel A. Terán
Utilizar la palabra depredación suena fuerte y
–quizá- ruda cuando la sacamos del contexto biológico y pretendemos darle uso y
significado en el contexto o entorno social. Pero –tristemente- es realidad que
el acto de depredar se da no solo como una interacción natural biológica, sino
también como parte de la interacción social.
Por supuesto, que el proceso de “cacería” en
entornos no biológicos no se produce en términos tan rudos, por lo menos en el
aspecto físico. Aunque si conllevan severa rudeza en términos psicológicos y
emocionales, además de muchos otros elementos de manipulación y engaño.
Pero es absoluta verdad que en
cualquier combinación de especies –depredador/presa- el primero de éstos
tiene dificultad para lograr su objetivo, cuando su posible o potencial víctima
o presa cuenta o dispone de algunas defensas que lo protegen; es por ello, que
los menos evolucionados, más débiles y menos protegidos son fácil
víctima.
Especies de algunas maneras
superiores pueden convertirse en depredadoras dentro de un nuevo territorio y
–literalmente- acabar con las especies autóctonas, deteriorando a la vez
el equilibrio del ecosistema. En lo humano, muchos procesos migratorios
ocurridos en diversos lugares a lo largo del tiempo, han sido positivos, pero otros
no tanto, especialmente cuando han llegado en forma de procesos de conquista y
posterior colonización.
En los animales la depredación
tiene una función biológica dirigida a conservar el equilibrio del ecosistema.
En los individuos y sociedades, por lo contrario, la depredación acaba con el
ecosistema humano y social, al crear desequilibrios que se van profundizando en
el tiempo y que logran colapsar sociedades.
En el caso humano, no existen
mecanismos de protección biológicos, como en los animales; los mecanismos de
protección humanos están más relacionados con el nivel de cultura, la formación
y la conciencia de cada individuo. Es por ello, que tanto la ignorancia, como
esa falta de conciencia y la –correspondiente- emocionalidad que resulta de
éstas, constituyen las principales debilidades de la potencial presa o víctima,
y a la vez las principales oportunidades del depredador.
El depredador, tanto en el
mundo biológico como en el humano y social, puede disfrazarse o mimetizarse,
para lograr un camuflaje y pasar desapercibido, dando una imagen diferente a la
real y cercana a la imagen de su potencial víctima. En el mundo humano y
social, es fácil ser engañado por alguien que se nos parece e inclusive, por
alguien, que podría tener un perfil de inspiración para nosotros.
El depredador puede estar
oculto en “una cultura progresista, consumista, materialista, hedonista,
carente de sentido, con exceso de estímulos sensoriales y con un desprecio por
la práctica de los valores tradicionales”, refiere el psicólogo y filósofo
venezolano Dr. Manuel Barroso, en su libro Conciencia.
Pero al final de la obra de la
vida, lo paradójico es que toda especie e individuo son víctimas y a la vez
depredadores. El hombre es reconocido como el principal depredador de la
naturaleza, pero terminamos siendo víctimas de nuestra propia actitud y
conducta.
Educarnos y concientizarnos,
para salir de la ignorancia propia del depredador y de la presa, haciendo de
nosotros verdaderos seres humanos, puede ser la diferencia para eliminar algún
día la actividad depredadora entre los propios seres humanos, acabando
así con una conducta que nos descalifica como seres humanos y nos coloca más
cercanos al mundo animal.
13 de Octubre de 2015.
Miguel A. Terán
Psicología, filosofía y
coaching.
Blog: www. miguelterancoach.blogspot.com
Twitter: @MiguelATeranO
Nota: imagen extraída de la
web
Referencias: Tomadas de
Wikipedia + RAE (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
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